Es un hecho: en España, las vocaciones sacerdotales están en caída libre. Las estadísticas son desoladoras. Cada año hay menos curas y más parroquias sin atender, y mientras tanto, las diócesis intentan maquillar la situación con iniciativas que, en muchos casos, solo empeoran el problema.
El discurso de moda, repetido hasta el cansancio por cierta progresía católica, es que los laicos deben asumir más funciones en la Iglesia. ¿El resultado? En vez de ayudar a solucionar la crisis, lo único que hacen es clericalizar a los laicos, haciéndoles creer que su participación pasa por ocupar roles que no les corresponden, mientras el sacerdote se convierte en el chico para todo, menos para lo que debería: cuidar de las almas.
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Autor: Jaime Gurpegui
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