Hubo un tiempo en que las iglesias eran auténticos refugios de lo sagrado, espacios que elevaban el alma hacia lo eterno. Entrar en ellas era entrar en la Casa de Dios.
Todo, desde el imponente altar mayor hasta las vidrieras que filtraban la luz celestial, hablaba de un misterio que superaba al hombre. Hoy, muchas de esas iglesias han sido sustituidas por edificios que parecen salidos de un catálogo de oficinas o de un almacén frío y desangelado. Uno entra y no encuentra la grandeza de lo divino, sino la funcionalidad de lo práctico.
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Autor: Jaime Gurpegui
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Encontraron en Dios, la libertad y paz interior que tanto necesitaban
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