El desafío de asumir nuestra propia debilidad es descubrirlo a Dios actuando en nuestro corazón. No enmascaremos nuestra propia fragilidad, sino que animémonos a cambiar la mirada y descubramos como a causa de ella nos atrevimos a pedirle ayuda a Dios, para que Él comenzara dentro nuestro a trabajarnos, a restaurarnos y a recrearnos. Miremos nuestra debilidad como oportunidad y como Gracia de fortaleza interior, porque gracias a las heridas de nuestro corazón Dios se metió en nuestras vidas y lo cambió todo. Entonces así descubriremos que, cuando fuimos débiles y frágiles, Dios vino a regalarnos la fuerza de su amor.