Autor: Pablo J. Ginés
Las personas en Occidente queremos ser tratadas de forma personalizada, valga la redundancia. Podemos soportar de mal humor gestiones online y voces artificiales al teléfono. Podemos soportar que la Administración o ciertos funcionarios nos traten como un número o parte de una masa… pero sólo un tiempo, y nos enfadamos cuando sucede.
Nos enfadamos más y no lo toleramos si alguien a quien vamos a pagar nos trata con un número más en una cinta transportadora (un médico, una empresa, un servicio de atención)… Pronto abandonaremos sus servicios, especialmente si alguien más ofrece un producto similar con una actitud más cercana y humana.
En la Iglesia cada vez más sucede eso. Queremos que el párroco reconozca nuestra cara y sepa algo de nosotros. O al menos, otro sacerdote. O al menos, alguien con algún cargo en la parroquia. También queremos tener alguien con quien hablar de cosas…