Hay un silencio que ninguna palabra puede llenar: el de unos padres que ven arrebatarse a sus hijos en la misma iglesia donde los habían llevado para asistir a Misa. El eco de los disparos en Minneapolis no resuena solo en los muros del templo profanado, sino en el corazón de toda la Iglesia. ¿Qué puede decir la fe ante un vacío tan brutal? El primer impulso es el llanto, la empatía con esas familias destrozadas. Ningún razonamiento puede aliviar el desgarro de una madre o un padre que ya no podrán abrazar a su hijo.
Y sin embargo, la fe no se detiene en el absurdo del mal, sino que lo atraviesa. Lo ocurrido en esa Misa no fue un accidente ciego: fue un ataque marcado por el sello del demonio, que odia a la fe, odia la Eucaristía y odia la inocencia. El agresor no mató simplemente a unos niños; los mató porque estaban allí, en la casa de Dios, en el acto central de la…
Autor: Miguel Escrivá
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