Durante 20 años como misionero en Asia, el sacerdote mexicano Rigoberto Colunga ha vivido de primera mano lo que supone practicar clandestinamente la fe en una dictadura comunista, la dificultad de adaptarse a una cultura completamente distinta o la «noche oscura» que puede significar para un misionero ver su labor reducida a la intimidad.
Formado en el seminario de San Luis de Potosí, su primera inquietud por la vida misionera surgió en su preparación sacerdotal, al conocer al sacerdote Jesús Contreras, MG, que le impulsó a poner en práctica esta vocación. Tras trasladarse a los Misioneros de Guadalupe en Ciudad de México y asumir que sería misionero, tenía claro que su destino debía ser «un lugar de evangelización fácil, como Kenia o algún otro país de África».
Por eso, en un principio, recibió como un mazazo la decisión de sus superiores de enviarle al Seminario de Kwanjiu, en…
Autor: José María Carrera
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