Que un intelectual abiertamente ateo como Juan José Millás escriba en El País una columna reconociendo, aunque sea con ironía, la magnitud ontológica del milagro eucarístico debería provocar algo más que una sonrisa avergonzada en el mundo católico. Debería obligarnos a detenernos y a preguntarnos qué está fallando cuando incluso un observador externo detecta una disonancia profunda entre lo que la Iglesia afirma creer y la manera en que ese misterio se vive —o se trivializa— en la práctica.
Millás no escribe como creyente ni pretende serlo. Precisamente por eso su diagnóstico resulta tan revelador. Parte de una premisa doctrinal correcta: la Iglesia enseña que en la consagración se produce un cambio real, literal, sustancial. No simbólico. No metafórico. Un milagro de primer orden. Y, sin embargo, constata algo que cualquiera puede verificar: la escena…
Autor: INFOVATICANA
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