Autor: Pedro Trevijano
Para el Diccionario de la Real Academia, abortar es “interrumpir la hembra, de forma natural o provocada, el desarrollo del feto durante el embarazo”. El aborto provocado consiste, por tanto, en realizar la muerte del óvulo fecundado, embrión o feto humano dentro del seno materno.
El Antiguo Testamento afirma categóricamente en el Decálogo: “No matarás” (Ex 20,13; Dt 5,17). El canto a la vida que es todo el Antiguo Testamento, el convencimiento de que la vida humana empieza antes del nacimiento, el que Dios nos conoce cuando todavía estamos en el seno materno, indica que hay fe en la dignidad del ser humano aun antes de su nacimiento (Is 49,1 y 5; Jr 1,5; Sal 139, 13; 2 Mac 7,22-23).
En el Nuevo Testamento, San Juan Bautista, todavía en el seno materno, se alegra de la venida de Jesús (Lc 1,42-44).
La Didaché inicia en el siglo II una larga serie -en la que están Clemente de Alejandría, Atenágoras, Tertuliano y muchos otros- de escritos religiosos contra el aborto y que llega hasta nuestros días.
Así el Concilio Vaticano II lo califica de atentado a la vida, práctica infamante (Gaudium et Spes nº 27) y crimen horrendo (GS nº 51), San Pablo VI reitera esta condena al “aborto directamente querido y procurado, aunque sea por razones terapéuticas” (encíclica Humanae Vitae nº 14). El Catecismo de la Iglesia Católica dice: “El aborto directo, es decir, querido como un fin o como un medio, es gravemente contrario a la ley moral” (nº 2271).
Los políticos son personas que tienen responsabilidades morales y es legítimo recordárselas, tanto más cuanto que, “si las leyes no son el único instrumento para defender la vida humana, sin embargo desempeñan un papel muy importante y a veces determinante en la promoción de una mentalidad y de unas costumbres” (San Juan Pablo II, encíclica Evangelium Vitae nº 90).
Todo esto nos lleva al problema de si se puede dar la comunión a los políticos que apoyan, favorecen y dan su voto a favor del aborto, problema hoy de gran actualidad, puesto que en varios países el aborto no es sólo legal, sino incluso un derecho. Entre quienes así piensan y actúan están Biden, Macron (también Le Pen) y todo nuestro Parlamento (salvo Vox y UPN). ¿Qué pensar de ello? No nos olvidemos de que la recepción indigna de un sacramento, especialmente el de la Eucaristía, es un sacrilegio (cf. CEC nn, 2118 y 2120).
El canon 915 del Código de Derecho Canónico dice: «Los excomulgados e interdictos después de la imposición o determinación de la pena, así como otros que persisten obstinadamente en el pecado grave manifiesto», no pueden ser admitidos a la Comunión.
La exhortación apostólica Sacramentum Caritatis dice: “Es importante notar lo que los Padres sinodales han denominado coherencia eucarística, a la cual está llamada objetivamente nuestra vida. En efecto, el culto agradable a Dios nunca es un acto meramente privado, sin consecuencias en nuestras relaciones sociales: al contrario, exige el testimonio público de la propia fe. Obviamente, esto vale para todos los bautizados, pero tiene una importancia particular para quienes, por la posición social o política que ocupan, han de tomar decisiones sobre valores fundamentales, como el respeto y la defensa de la vida humana, desde su concepción hasta su fin natural, la familia fundada en el matrimonio entre hombre y mujer, la libertad de educación de los hijos y la promoción del bien común en todas sus formas. Estos valores no son negociables. Así pues, los políticos y los legisladores católicos, conscientes de su grave responsabilidad social, deben sentirse particularmente interpelados por su conciencia, rectamente formada, para presentar y apoyar leyes inspiradas en los valores fundados en la naturaleza humana. Esto tiene además una relación objetiva con la Eucaristía (cf. 1 Co 11,27-29). Los obispos han de llamar constantemente la atención sobre estos valores. Ello es parte de su responsabilidad para con la grey que se les ha confiado” (nº 83).
Pero en la visita ad limina de los obispos norteamericanos de 2019 y 2020, ante la división existente entre ellos, la Congregación de la Fe «aconsejó que se emprendiera el diálogo entre los obispos para preservar la unidad de la conferencia episcopal frente a los desacuerdos sobre este controvertido tema».
Personalmente me convence mucho más la postura mayoritaria de los obispos de negar la comunión a los proabortistas. Procuro advertirles si temo que algún político en estas condiciones viene a comulgar, pero si, a pesar de estar advertidos, vienen, se la niego.
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