El Domingo de Ramos la multitud aclama a Cristo, quien entra, montado en un borrico, triunfante a la ciudad. Unos días más tarde, el viernes de la Pasión, esa misma multitud torna las alabanzas en condenas.
¡Ah, cómo nos escandaliza la traición de la turba, que tan pronto vitorea como acusa! Sin embargo, nosotros, que decimos amar y reconocer a Jesucristo como nuestro Dios y Señor, no somos muy diferentes a la multitud que, mientras celebra al Cristo que multiplica los panes, al que cura y reconforta, se escandaliza ante el sufrimiento, la humillación y la ignominia de la cruz. No aceptamos que el Cristo de los milagros sea también el Cristo crucificado. Queremos conciliar a Cristo con el mundo en un falso cristianismo que, en lugar de abrazar la cruz, sigue los preceptos mundanos.
Por ello, promovemos una religión en la cual cabemos todos con nuestras “respetables…
Autor: Angélica Barragán
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