Seréis como dioses” (Gen. 3,5). Esta promesa, cuyo eco persiste a lo largo de toda la historia de la humanidad, es una de las pruebas del sello de la divinidad en el ser humano: ninguna otra especie puede sentirse tentado ni motivado por esa aspiración; ningún ser vivo, salvo el ser humano, se atreve a ser dios.
Esta tentación tiene distintas ramificaciones, la primera es la de ser el creador de los valores. Por ello, con acierto Nietzsche decía que, tras la muerte de Dios, – más bien del asesinato-, el Superhombre debía ocupar su lugar y establecer qué es el bien y el mal. En el siglo XX, que quiso crear paraísos terrenales, ya conocimos las terribles consecuencias de esa mutación de los valores con cientos de millones de víctimas.
Otra derivación de esa tentación es la de crear la realidad, tal como podemos leer en algunas obras de literatura. A título de…
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