El primer capítulo del Evangelio de San Juan nos dice que el Verbo no tuvo principio, pero que estaba allí, en el principio se hizo carne y habitó entre nosotros.
El Verbo, la Segunda Persona de la Trinidad, fue engendrado por el Padre antes de que el tiempo fuera creado. Y entonces. En un momento particular, esa Palabra, dicha con amor desde el seno del Padre, adquirió una naturaleza humana además de su naturaleza divina.
Podría sonar algo confuso, pero es cierto, el verbo de hizo carne, y ¿cómo es esto posible? Pues para Dios todo es posible, sobre todo, porque el buscaba y aún busca, guiarnos por el camino del bien y del amor, por eso envío a Su único hijo a limpiarnos del pecado.
No rechacemos esta gran obra de nuestro Señor. Por eso, para entenderlo mejor, te dejamos una breve explicación.
La palabra “carne” es bastante intensa si se piensa en ella. Estamos tan acostumbrados a escuchar esto que podríamos sentirnos tentados a olvidar la enormidad de lo que creemos. Dios, que no está limitado por el tiempo, el espacio o la materia, eligió estar limitado por el tiempo y el espacio y, sobre todo, por la materia, todos los cuales son Su propia creación. El tiempo, el espacio y la materia son todos extremadamente limitantes, y eligió venir en un momento particular, en un lugar particular, en una familia en particular.
No solo eligió asumir nuestra naturaleza, sino que eligió hacerlo de la manera humana habitual: a través de la concepción y el nacimiento. Ahora bien, no fue una concepción ordinaria ya que fue concebido por una niña virgen a través del Espíritu Santo, sino que nació de una madre ordinaria, es decir, muy humana. Ella se salvó de la mancha del Pecado Original, pero en todos los demás sentidos era un ser humano muy común.
No fue criado como un rey, sino como un niño promedio. ¿Por qué el Dios del universo elegiría hacer esto? En el Credo de Nicea confesamos: Qui propter nos homines et propter nostrum salute descenit de caelis: por nosotros los hombres y por nuestra salvación descendió del cielo.
El Verbo se hizo carne por nosotros los hombres y nuestra salvación. Pero, ¿qué significa todo esto?
El Catecismo de la Iglesia Católica declara cuatro maravillosas y hermosas razones para que el Verbo se haga carne en los párrafos 456-460:
# 1 “El Verbo se hizo carne para nosotros para reconciliarnos con Dios” (CCC 457)
# 2 “El Verbo se hizo carne para que conozcamos el amor de Dios” (CCC 458)
# 3 “El Verbo se hizo carne para ser nuestro modelo de santidad” (CCC 459)
# 4 “El Verbo se hizo carne para hacernos ‘partícipes de la naturaleza divina‘” (CCC 460)
Para reconciliarnos con Dios
Al principio, el hombre y la mujer tenían una relación correcta con Dios. Entonces la serpiente entró en el jardín. Convenció a la mujer y al hombre de desobedecer el mandato de Dios de no comer la fruta del árbol. La serpiente convenció a Eva de que cometiera desobediencia y orgullo, y Eva convenció a Adán de que hiciera lo mismo. En este, el Pecado Original, la relación entre Dios y el hombre se rompió. El abismo entre ellos era infinito. El hombre no podía romperla y, sin embargo, fue él quien provocó la ruptura. Solo alguien que fuera hombre y, sin embargo, de alguna manera infinito podría curar la brecha. Entonces el Verbo se hizo carne para reconciliar la relación entre Dios y el hombre y salvarnos de nuestros pecados. Mediante su nacimiento, muerte y resurrección, Jesucristo logró la restauración de la relación del hombre con Dios.
Para que así podamos conocer el amor de Dios
Dios se dio a conocer a su pueblo a lo largo de la Historia de la Salvación de diferentes maneras: hablando con sus profetas y mediante la palabra escrita. El establecimiento de sus convenios con su Pueblo Elegido les informó de su amor por ellos. Los israelitas conocían el amor de Dios por ellos a través de la palabra hablada y escrita. Pero luego la Palabra se calló. Durante unos cuatrocientos años antes del nacimiento de Cristo no hubo nuevos profetas ni nuevas profecías. El Pueblo Elegido solo podía mirar hacia atrás en la Palabra ya hablada, en los hechos ya hechos por el Señor. El Verbo se hizo carne para que él pudiera ser el amor de Dios en el mundo, para que los que lo conocen y creen en él conozcan el amor de Dios. Jesucristo vino a predicar el reino y a sanar, a sanar a los enfermos de cuerpo y, sobre todo, a sanar el alma humana.
Ser nuestro modelo de santidad
Adán y Eva fallaron en ser modelos para la humanidad. Son modelos de lo que no se debe hacer. Pero el Verbo se hizo carne y se convirtió en el Nuevo Adán, el Nuevo Hombre. Muestra el camino para interactuar con otros en su predicación y en sus obras. Primero, enseño a sus discípulos cómo curar a los enfermos y expulsar demonios y luego les encargó que hicieran lo mismo. Enseñó a las multitudes y formó a los apóstoles cómo enseñar y ministrar a muchos para que ellos pudieran hacer lo mismo. En los libros del Nuevo Testamento, los escritores de los evangelios y los apóstoles comunican cómo seguirlo en santidad y justicia. En última instancia, enseña la santidad a través de su amor sacrificial en la Pasión y la Crucifixión y su ternura en la Resurrección. Él nos dice que seamos “perfectos como el Padre celestial es perfecto” y nos muestra el camino hacia esta perfección.
Para hacernos partícipes de la naturaleza divina
La Palabra asumió una naturaleza humana para reconciliarnos con Dios. Pero hizo posible no solo la reconciliación, no solo nos devolvió a nuestro estado anterior, hizo posible que seamos hijos e hijas de Dios y participes de su naturaleza divina. Mediante la comunión con Jesucristo, los sacramentos en la tierra y para siempre en el cielo, podemos ser hijos adoptivos de Dios.
El milagro de la Encarnación encierra estas desconcertantes verdades: aunque el hombre provocó la ruptura, Dios quiso reconciliarse con nosotros lo suficiente como para asumir su propia humanidad creada; Dios nos ama y quiere que conozcamos ese amor y lo amemos a cambio; Dios desea nuestra santidad y vino a enseñarnos; Dios no solo quiere que seamos sus criaturas, sino que seamos sus hijos e hijas, y lo hizo posible al enviarnos a su Hijo unigénito.
Que pasemos esta temporada de Adviento meditando cada vez más en la alegría desconcertante de la Encarnación. Que lleguemos a una comprensión más completa de nuestra necesidad de redención. Que lleguemos a una conciencia más profunda del amor de Dios por nosotros y lleguemos a amarlo más. Que pasemos tiempo en la Sagrada Escritura observando a Jesús e imitándolo en nuestra vida. Que no demos por sentado nuestro estado de filiación divina a través de los sacramentos. Que recordemos por qué el Verbo se hizo carne y recordemos proclamar la Buena Nueva a quienes nos encontremos con palabras y hechos.
Fuente: Coraevans