Como católicos, estamos llamados a poner en práctica la austeridad; es decir, evitar acumular o llenarnos de cosas; sin embargo, al mismo tiempo, tenemos que estar atentos para no caer en un estilo de pobreza que, a simple vista, pareciera sinónimo de sencillez y coherencia, pero que, haciendo números, sale muy caro. Por ejemplo, cuando un sacerdote, religioso/a o laico, decide comprarse el reloj más barato del mercado, aparentemente, está siendo pobre, en contraposición con el que busca uno de mayor calidad; sin embargo, ¿quién es más austero? Aunque suene raro, el que invirtió más. ¿Por qué? Es sencillo. Si te compras uno barato, del plástico más “x” que puedas encontrar, tendrás que cambiarlo con mayor frecuencia que si le inviertes a uno compuesto de mejores materiales que, aunque caro, puede durar toda la vida.
Autor: Carlos J. Díaz Rodríguez
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