Tal vez el rasgo más distintivo de nuestra época –siquiera en el plano moral, pero son consecuencias inevitables en todas las facetas del existir– sea el abandono de la razón y la exaltación de las emociones. Se ha impuesto la idea de que toda decisión moral no es un juicio de la razón práctica, sino la expresión de lo que los sentimientos de cada quisque consideran correcto en cada momento. Y si el emotivismo ha reemplazado las elecciones morales, era inevitable que terminase reemplazando también la fe religiosa, convertida en un puro sentimentalismo.
Así la definen los propios jerarcas religiosos, que para quejarse de tal o cual agresión blasfema dicen que «hiere los sentimientos religiosos». Parece como si la fe religiosa fuese un conjunto (un batiburrillo, más bien) de sensaciones, emociones y estados de ánimo… una menestra sentimental que nos mantiene en…
Autor: Juan Manuel de Prada
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