Santa María de la Encarnación Guyart, viuda, ursulina. 30 de abril.
María Guyart nació a 28 de octubre de 1599, en una familia humilde de Tours, Francia. Sus padres fueron el panadero Forent Guyart y Jeanne Michelet. Desde niña tuvo que trabajar para contribuir con la familia. Recibió una sólida formación cristiana y alternaba el trabajo con las obras de piedad. A los siete años tiene una visión de Cristo que le dice «¿Quieres ser mía?«, a lo que ella respondió «Sí«.
Aunque sintió y manifestó vocación religiosa desde la juventud, con 16 años, en 1617 la casaron con el comerciante de telas Claude Martin. Con 18 años quedó viuda, con un niño de 6 meses y arruinada. Vendió todo para condonar las deudas y se mudó con su padre, pues ya su madre había muerto. Resolvió hacer voto de castidad perpetua, para dedicarse a cultivar su relación con Dios. Su vida espiritual fue creciendo constantemente, frecuentaba los sacramentos, comenzó la dirección espiritual, los actos de devoción, la lectura de los escritores espirituales del momento y pronto su alma comenzó a ser agraciada por varios consuelos y dones místicos. El 24 de marzo de 1620 la inunda la misericordia divina, y Dios toma su corazón para siempre. Ella lo llamará «su conversión«, y ciertamente lo es, o como se dice también, es su «experiencia fundante». En 1621 comienza a trabajar con su hermano en una empresa de transportes, haciéndose cargo de las cuentas, los envíos, el cuidado de los caballos, etc. Y lo hizo de manera excepcional, acrecentando el negocio en poco tiempo.
Tuvo revelaciones importantes sobre la Trinidad, la Encarnación y la redención humana. En 1627 consuma su unión con Cristo mediante el matrimonio espiritual. Esta gracia consiste en que Cristo y el alma forman una unión indisoluble. Aunque seres diferentes, son uno en la acción y en el sentir, y esto por acción de Cristo, que desde los inicios ha ido entrando en el alma, y esta se ha ido dejando penetrar por él. Finalmente consuman la unión, que los místicos describen bellamente. Baste este texto de Santa Teresa (15 de octubre y 26 de agosto) para describirlo:
«…es [esta unión] como si cayendo agua del cielo en un río o fuente, adonde queda hecho todo agua, que no podrán ya dividir ni apartar cual es el agua del río, o lo que cayó del cielo; o como si un arroyico pequeño entra en la mar, no habrá remedio de apartarse; o como si en una pieza estuviesen dos ventanas por donde entrase gran luz; aunque entra dividida se hace todo una luz. Quizá es esto lo que dice San Pablo: El que se arrima y allega a Dios, hácese un espíritu con El, tocando este soberano matrimonio, que presupone haberse llegado Su Majestad al alma por unión. Y también dice: ´Mihi vivere Chistus est, mori lucrum´; así me parece puede decir aquí el alma, porque es adonde la mariposilla que hemos dicho [el alma], muere y con grandísimo gozo, porque su vida es ya Cristo.» (7 Moradas 2, 4, 5).
En 1631 María deja a su hijo adolescente a cargo de su hermano para tomar la vida religiosa, ingresando en las ursulinas de Tours, tomando el nombre de María de la Encarnación. Fue todo un revuelo lo que ocasionó aquello, con críticas a su persona y a la Iglesia. Críticas que aún hoy se escuchan en muchos que leen su vida, cuando nos imaginamos la escena de su hijo de 10 años llamándola gritando y llorando bajo las ventanas del convento. Fue maestra de novicias, para las que escribe algunas notas espirituales. En 1634 tiene una revelación sobre «un lugar difícil que la espera», y efectivamente, en 1639, es destinada a Quebec, Canadá, para fundar un colegio. Las ursulinas, fundadas por otra gran mística, Santa Ángela Mérici (27 de enero), en origen eran de vida activa y habían sido forzadas a tomar la clausura para sobrevivir como orden, y combinaban la vida monástica con la enseñanza. Por estos mismos avatares de la Orden, los monasterios vivían diversas Constituciones y tenían diferentes costumbres. En el monasterio de Quebec había religiosas de Tours, como la Madre María, que seguían la Regla de Bordeaux, y religiosas de Dieppe, que vivían las Constituciones de París. Para evitar roces, María de la Encarnación redactó unas nuevas constituciones, basadas en la Regla de París, manteniendo el hábito de las monjas de Tours. En 1622 Dichas constituciones fueron aprobadas en 1622 por el obispo San Francisco de Montmorency-Laval (6 de mayo). A pesar de la clausura, la Madre María se convirtió en madre y sustento de las misiones en «Nueva Francia». Para llevar adelante su obra invoca a San José, al que confía toda la obra apostólica en Canadá, y cuya devoción extiende sobremanera, siendo hoy que este santo glorioso es el patrón de Canadá. Sin duda la mano de nuestra santa está ahí.
Los misioneros la visitan, le dan noticias que ella trasmite a sus hermanas en Europa, ora por ellos, les soluciona problemas, les consuela y anima. Aprende las lenguas locales, compone diccionarios, etimologías y catecismos breves en montañés, iroqués, o el hurón, para los nativos. Ella misma dirá: «Gracias a Dios, nuestra vocación y nuestro amor por los indígenas no ha disminuido nunca. Los llevo en mi corazón e intento, muy dulcemente, mediante mis oraciones, ganarlos para el cielo. Hay siempre en mi alma un deseo constante de dar mi vida por su salvación«. En fin, que se vuelca con las misiones y la obra apostólica y social de la Iglesia a la par que su vida mística se hace más intensa, demostrando que todo buen místico es hombre práctico y apostólico. En su caso, el misterio de la Encarnación del Verbo, amado por ella, se «redobla» al encarnar a Cristo en los hermanos, en la realidad pastoral en la que le tocó vivir.
Luego de una etapa difícil, su hijo la comprende y toma los derroteros de la vida espiritual, profesando como benedictino en la Congregación de San Mauro, de la que llegará a ser Abad General. En 1654 este le pide le envíe una redacción de su vida y gracias místicas, que él mismo en 1667 publicará aumentándola con notas, estando ella viva aún. Las cartas entre ambos muestran el perdón por parte de él, el amor que ciertamente le tenía ella. En 1659 sufre el incendio del monasterio y el colegio, pero no se arrendra. Trabaja, reza, pide ayuda y en breve lo tiene nuevo y mejor que el anterior.
María murió 30 de abril de 1672, siendo amada por los nativos canadienses, que la consideraban verdadera madre. Fue beatificada el 22 de junio 1980 por San Juan Pablo II. El papa Francisco la canonizó, sin necesidad de milagros, el 3 de abril de 2014, junto a su obispo Montmorency-Laval. Ha sido llamada «madre de la Iglesia Católica en Canadá» y «la Santa Teresa del nuevo mundo«.
Fuentes:
-“Nueva historia de la Iglesia”. Tomo III. DR. HERMANN TÜCHLE. Madrid, 1987.
-“Mujeres que dejaron huellas”. MARIBLANCA STAFF WILSON.
-“Saints of North America”. VINCENT J. O’MALLEY. C.M. Indiana, 2004.