Autor: Juan Cadarso
Una ceremonia nunca antes vista por televisión impresionó a muchos, por su pompa y boato, el pasado sábado 10 de septiembre. El nuevo monarca del Reino Unido, Carlos III, firmaba la proclamación como rey en el palacio de St. James, y juraba proteger a la «verdadera iglesia protestante«: la Iglesia Presbiteriana de Escocia.
Autónomos a todos los efectos, los presbiterianos, a diferencia de los anglicanos, no tienen como cabeza suprema al rey, sino a la Asamblea General. Por ello, con este gesto, el nuevo monarca mostró su voluntad explícita de protegerlos de cualquier amenaza. Un voto que se empieza a realizar en 1714, con la llegada al trono de Jorge I, y que esconde un contexto muy particular para los católicos del Reino Unido.
Todo menos ser católico
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