Un lunes cualquiera, en la sala de reuniones de la CEE, los obispos se reunieron en torno a una mesa cargada de café y croissants. La situación era crítica: la clase de Religión estaba perdiendo alumnos, y las estadísticas pintaban un futuro aún más sombrío.
Los rostros reflejaban preocupación, pero también una determinación inquebrantable de no alterar demasiado las cosas.
El secretario general rompió el hielo:
—Excelencias, nos enfrentamos a una crisis. Cada alumno español recibe 15.000 horas de educación obligatoria impregnada de un laicismo agresivo, sin una sola mención a Cristo. Y cuando llegan a la Universidad… bueno, ahí ya es tierra de nadie.
Hubo un murmullo de aprobación, seguido de un incómodo silencio. Finalmente, un joven obispo levantó la mano:
—¿Y si utilizamos la clase de Religión para enseñarles teología básica? Podríamos explicarles…
Autor: Jaime Gurpegui
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