En esta época del año en la cual quienes profesamos la Fe de Cristo nos sentimos más católicos que nunca, invitamos a nuestros amigos lectores a que hagan un alto en la marcha y se detengan a meditar en temas trascendentes.
Con el objeto de lograr el fin que nos hemos propuesto, les invitamos a meditar en algunos pasajes evangélicos en esta Cuaresma del 2022.
Concretamente, habremos de acudir a los Evangelios de los recientes tercero y cuarto Domingos de Cuaresma de este año litúrgico.
El Evangelio del pasado Cuarto Domingo de Cuaresma trata acerca de la conocidísima y esperanzadora Parábola del Hijo Pródigo, también conocida como la Parábola de la Misericordia de Dios.
Como todos bien sabemos, trata dicha parábola de como uno de sus dos hijos le pide a su padre la parte de la herencia que le corresponde. El padre reparte sus bienes, el hijo marcha a un país lejano y allí malgasta lo recibido. Quedó el hijo pródigo (derrochador) en tal penuria que, recordando felices tiempos pasados, regresa para pedirle perdón a su padre.
Se pone en camino y estaba todavía lejos cuando su padre lo reconoció, se enterneció, corrió hacia él, lo cubrió de besos y festejó el regreso con una gran fiesta.
Por su parte, el Evangelio del Tercer Domingo de Cuaresma habla de una higuera que no da frutos, dice también que el dueño iba a cortarla pero que no lo hizo porque el viñador le suplicó que esperase un año más.
Ambos Evangelios se complementan de un modo pedagógico.
La Parábola de la Misericordia de Dios nos enseña como el Señor habrá de perdonarnos siempre que acudamos a El movidos por un sincero arrepentimiento. Y es que habrá más fiesta en los Cielos por un pecador que se arrepiente que por noventa y nueve justos que allí se encuentran gozando en medio del coro de los bienaventurados.
Por su parte el Evangelio que hace mención a la higuera que no da frutos nos enseña que Dios siempre nos da la oportunidad de arrepentirnos y regresar al buen camino.
Y aunque el Señor nos da un tiempo de gracia (en la parábola “un año” es una cifra simbólica o sea un modo de hablar) llegará el momento en que terminará ese tiempo de gracia y, una vez agotado el plazo, no habrá ya alguna esperanza.
En estos días de Cuaresma en que el color morado con que se revisten los sacerdotes nos recuerda que estamos en tiempo de penitencia, ambos pasajes evangélicos son de una gran oportunidad.
Debemos hacer un alto en el camino y prepararnos para celebrar dignamente no sólo la Semana Santa sino lo que viene después: La Resurrección del Señor, la gran fiesta del Cristianismo.
Y no podemos celebrar dignamente la Semana Santa y mucho menos la Pascua de Resurrección si no hacemos un viaje al interior de nosotros mismos.
Y no podemos celebrar dignamente la Semana Santa y mucho menos la Pascua de Resurrección si no hacemos un viaje al interior de nosotros mismos.
Un viaje al interior de nuestras conciencias en el cual examinemos el mal que hemos hecho y el bien que hemos dejado de hacer.
Un viaje al interior de nuestras conciencias que nos ayude a descubrir las causas por las cuales caemos con frecuencia en tal o cual pecado, sea éste de acción o sea éste de omisión.
Debemos conocer las causas porque, conociendo las causas, comprenderemos la razón por la cual nuestra higuera se niega a dar frutos.
Y al no dar frutos –tengámoslo presente- corremos el riesgo de que el plazo termine (Repetimos: Un año es una cifra simbólica) llegue el dueño a pedirnos cuentas y, al ver que no hemos fructificado, ordene al viñador que la higuera sea cortada.
Y, dentro de lo mismo, antes de que el plazo termine y llegue el viñador, habremos de adoptar la actitud humilde pero valiente del hijo pródigo: Levantarnos del lodazal en el que nos hallamos y tener la fortaleza suficiente para regresar a la casa paterna y allí –de rodillas y con gran humildad- decirle al Señor: “¡Padre! ¡He pecado contra el Cielo y contra ti! ¡No merezco llamarme hijo tuyo”
Si actuamos así, podemos tener la absoluta seguridad de que, estando aún de rodillas, ya el Señor estará dándonos el abrazo más cariñoso que hayamos recibido en nuestra vida.
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