Termino el rato de adoración de cada noche de sábado y me asomo por la ventana. No faltan esos jóvenes que siempre esperan a estas horas el autobús para irse de fiesta a algún pueblo cercano. Es la noche que nos mete en la gran solemnidad de la Santísima Trinidad. Lo que veo me ayuda a comprender un poco mejor este gran misterio de amor que es la Trinidad. El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo unidos en plenitud de amor. ¡El amor de Dios es infinito, es eterno, es divino! Todo esto brota de mi corazón después de haber pasado una hora de adoración ante el Santísimo y contemplar la noche. Hay Luna llena. Preciosa. Luminosa. Plena. Perfección en la redondez, claridad en medio de la noche y plenitud del proceso nos regala la Luna llena. ¡Y nos introduce de lleno en la historia de amor que se vive dentro de la Trinidad!
Contemplo esa Luna después de contemplar a Cristo en la custodia y…
Autor: Sólo Dios basta
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