¿A quién no le ha pasado que entra en una iglesia y se le complica la oración porque hay dos personas platicando como si estuvieran en la plaza principal de la ciudad? Hay que cuidar el silencio propio y ajeno. Soy consciente que, muchas veces, en la vida, necesitamos hablar con alguien y la Iglesia también tiene esa misión, pero para ello existen el despacho parroquial u otros espacios pensados para eso. Frente al sagrario, en el que Jesús está presente, permitir que los demás conecten con él se vuelve una tarea necesaria. Nunca hay que robar el silencio de los otros. Antes bien, favorecer, en medio de una sociedad llena de ruido, el valor del silencio que se hace presencia en la oración.
Autor: Carlos J. Díaz Rodríguez
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