Leía hace unos días un artículo de una teóloga sobre una de las polémicas que suelen sobrevolar la vida de la Iglesia. No llegué muy lejos, justo hasta que me encontré el adjetivo «preconciliar» empleado despectivamente como la prueba definitiva de que algo era pernicioso que invalidaba cualquier planteamiento al que se le aplicara esa etiqueta. Dejé de leer, pues la opinión de alguien que considera lo preconciliar como algo negativo, que hay que borrar del mapa, no merece la atención de ningún cristiano sensato.
Autor: Jorge Soley
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