En la tradición cristiana hay una correlación muy estrecha entre la conciencia y la presencia de Dios. Así lo dice el salmo: «Tu luz nos hace ver la luz» (Sal 36,10). Pues bien, aunque en nuestro imaginario la Cuaresma es un tiempo en el que escuchamos de forma reiterada la llamada a la conversión, la clave no está tanto en el imperativo moral, sino en descubrir el “horizonte” desde el que se nos dirige esta llamada: «Oigo en mi corazón: Buscad mi rostro» (Sal 27,8). Es ahí, en nuestro corazón, donde Dios dialoga con nuestra conciencia y donde se nos muestra el verdadero horizonte. Este horizonte no es tanto un código de conducta, sino más bien un rostro: el de Cristo.
Para iluminar lo que quiero expresar, rescato unas palabras que pronuncié hace un año en la catedral de Orihuela con motivo de mi llegada a la diócesis: «¿Quién es nuestro público? ¿Ante quién nos levantamos por las…
Autor: Monseñor José Ignacio Munilla

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