Recuerdo que, cuando mi sobrino Manuel era pequeño, decía siempre que de mayor quería ser jubilado. Nunca supe si lo decía por la sugestiva idea de cobrar una pensión o si era por el deseo sincero de llegar a contemplar un día, desde el lado bueno, el esplendor de ese maravilloso tapiz que es la vida.
Corrían los años noventa y yo vivía en eso que alguno llamó la verdadera patria del hombre: la infancia. Era un niño feliz, bastante trasto, pero valga la sinceridad, sin apenas maldad. Entre patines de línea, pistolas de agua y las rodillas llenas de heridas, discurrían apacibles mis días. De aquellos tiempos, precisamente, recuerdo muchas cosas, pero una, sin duda, con especial cariño. Se llamaba Alicia y era una anciana que cada tarde, sin saber muy bien por qué, se dejaba caer por casa. Tenía unas gafas negras de pasta, el pelo blanco y un rulo muy evidente, que le caía por la…
Autor: Juan Cadarso
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