Iryney Bilyk, de 75 años, es un obispo emérito ucraniano que vive en Roma, donde representa a su país y a la Iglesia Católica de rito griego ante diplomáticos, embajadas, asociaciones y en la búsqueda de recursos humanitarios por la guerra. Colabora con el Hospital Bambino Gesu en la acogida y tratamiento de niños ucranianos heridos por las bombas rusas y busca ayudas, como ambulancias para el frente.
Pero durante más de 20 años fue un clérigo clandestino, con una doble vida. Primero fue estudiante universitario, luego ingeniero en una fábrica, pero a la vez, y en secreto, era religioso basiliano desde los 18 años, sacerdote clandestino desde los 28 y obispo clandestino desde los 39.
Fue el último obispo ordenado en la clandestinidad, a escondidas, en Ucrania, y probablemente en Europa.
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Autor: Pablo J. Ginés
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