El rey Salomón pidió a Dios el don del discernimiento para distinguir entre el bien y el mal y gobernar así con justicia a su pueblo, por ello le fue concedido un corazón sabio. El bien común político ya había sido revelado por Dios antes de que lo estudiara Aristóteles, indagara en él Santo Tomás y lo perfeccionara la doctrina social de la Iglesia.
Toda política parte de un corazón sabio y la sabiduría es de prescripción divina. Afirmación en armonía con la tradición aristotélico-tomista: el bien común no solo es superior al individual sino que -decía el Aquinate- es más divino porque muestra mayor parecido a Dios, que es la última causa de todo bien. Por complicado que parezca el terreno objeto de estudio, el Catecismo de la Iglesia Católica tampoco da lugar a dudas sobre la objetividad del bien común: “El bien de todas las personas y de toda persona“….
Autor: Eduardo Gómez

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