La cultura “woke” es un nuevo y peligroso movimiento que busca acabar con el cristianismo y todo lo que representa, pero claramente no es el único con este fin, sino uno más en una sociedad cada vez más postcristiana.
Para afrontar los retos del mundo y la cultura actual, desenmascarando a los enemigos del cristianismo en todas sus formas y preparar la mejor respuesta para la defensa, ha surgido el nuevo Máster en Cristianismo y Cultura contemporánea que se iniciará el próximo curso en la Universidad de Navarra.
Uno de sus profesores y principales exponentes es Pablo Pérez, catedrático de Historia Contemporánea y Director Científico del Instituto Cultura y Sociedad, y que recientemente ha profundizado en la relación que existe entre la cultura woke y el Mayo del 68.
“El movimiento ‘woke’ es la culminación de la trayectoria de los revolucionarios del 68, que hoy están en la cima de su influencia intelectual, académica y a veces política”, afirma el profesor Pérez en una reciente entrevista en El Confidencial.
En su opinión, “la revolución que se vivió en esos años es la más importante para Occidente porque afectó a la generación joven más numerosa de Occidente en un momento de prosperidad, paz e influencia internacional con difícil parangón y, sobre todo, porque consiguió generar un importante cambio en los modos de vida”.
En un primer momento no provocó grandes cambios políticos inmediatos, no cambiaron los regímenes democráticos ni las constituciones, pero este catedrático asegura que sí cambió la interpretación de estos textos.
El profesor del Master en Cristianismo y Cultura contemporánea lo explica así: “no hay más que ver lo que nos ha sucedido años después: que el matrimonio se considere una institución distinta de la unión de un hombre y una mujer solo es imaginable en sociedades que heredan la revuelta del 68. Casi lo mismo cabe decir de la generalizada aceptación del divorcio sin culpa o de la despenalización del aborto, y esas son cuestiones que afectan a los fundamentos mismos de la vida social. Después del 68 la política ha afectado prevalentemente a ámbitos reservados antes a la vida privada, como la sexualidad o el cuerpo, que eran considerados antes asuntos de la vida privada salvo en los sistemas totalitarios”.
En su análisis, Pablo Pérez explica que se impulsó “una utopía occidental” dándose por bueno que “se podía crear una sociedad perfecta, rica, satisfecha, completamente libre, democrática, desenfadada, justa y ejemplar para todo el mundo. Era la solución final al modo occidental. La revolución perfecta. Esa idea triunfante en la nueva izquierda norteamericana conectó con el cine, con la publicidad y con la música, los grandes instrumentos de conformación de las mentalidades de esos años, y ha permeado las sociedades de estos países durante años hasta configurar una corriente cultural dominante que se difunde también a través del sistema educativo y de las leyes como medios de hacer pedagogía social”.
Esto, a su juicio, se configuró como una suerte de “nueva ideología” que se ha convertido en “dominante” en los países occidentales.
El catedrático menciona igualmente a Chesterton para explicar la situación que se vive en el presente. El escritor inglés alertaba de la chabacanería como el gran peligro para la degradación social: el adoptar estándares igualando por debajo.
Pérez asegura que “este tipo de cambios sociales son más lentos y duraderos que los epidérmicos que afectan a la economía o la política, afectan a las mentalidades. Pretender verlos crecer es como empeñarse en ver crecer la hierba. Hay problemas de hoy que hunden sus raíces siglos atrás, y son justamente los que más nos interesan, porque son los que configuran paradigmas, marcos de comprensión de los que nos es muy difícil salir. Y sin salir del paradigma, algunos de esos problemas no tienen solución. Uno de los problemas clave de las sociedades ricas o prósperas es su empeño en perseguir la prosperidad como única meta: se hacen muy materialistas, progresivamente hedonistas y cada vez menos sociedades”.
Estatua de San Junípero Serra derribada en EEUU, consecuencia de una campaña contra el santo español que abrió varias misiones en California.
Este profesor habla también del “relativismo de la tolerancia”, algo que se sitúa en la base de la cultura woke. De este modo, el catedrático señala que en teoría hay sociedades en las «que no hay normas salvo las más elementales de respeto al otro. Nadie debe imponer su criterio a los demás y la tolerancia debe aplicarse, sin excepción, como criterio de convivencia». Sin embargo, la realidad es que hay «visiones cada vez más intolerantes con el pasado. Con el remoto desde luego: ¡es intolerable que los escritores clásicos sean casi todos varones blancos!, afirman algunos. Hasta se reforman los planes de estudio para depurarlos y censurar semejante predominio. Se derriban las estatuas de Colón porque se le acusa de imponer la cultura occidental al hemisferio occidental recién descubierto. Es decir, con el pasado se es totalmente intransigente porque no se parece a nuestro modelo actual (nótese que se entiende que hay un modelo y que somos nosotros, nuestro tiempo)”.
“Es interesante reparar en que esa crítica no se extiende solo a tiempos remotos: afecta a las generaciones próximas a la nuestra. Estamos de nuevo ante ese culto a la generación joven y la denuncia de todo lo anterior como rechazable tan sesentayochista”, añade.
Otro elemento importante que está en la base de lo woke es la falta de responsabilidad propia. Pérez afirma: “no toleramos ni siquiera la idea de que podemos estar equivocados: ¡los equivocados son siempre los demás! Eso permite la aparición de perfectos acusadores, gentes sin nada de lo que arrepentirse que denuncian en los otros el origen de todos los males”.
Sobre cómo despertar y responder a esta cultura de la cancelación, el catedrático cree que “una de las vías ordinarias para adquirir sensatez y sabiduría es prestar más atención a los problemas reales y dejar de mirarnos el ombligo”.
“Si salimos de la jaula de oro las sociedades satisfechas nos daremos cuenta de que hay problemas reales que requieren atención y a los que no miramos. Es sorprendente que en sociedades como las nuestras convivan altos niveles de renta con tasas crecientes de suicidio y nadie ponga sobre la mesa lo absurdo de cifrar toda mejora en el aumento del PIB o de la inversión en servicios sociales, que son más abundantes que lo hayan sido nunca”, agrega.
Sobre un posible cambio de era y el final del Occidente que conocemos, Pablo Pérez considera que aunque esto no se puede percibir claramente hasta que una nueva era ha comenzado su impresión y la de otros historiadores es que sí se está dando este cambio. “Hay quienes concretan –asegura- que vivimos el final de la era Moderna o de la era burguesa inaugurada hace quinientos años. Se percibe un cansancio, un clima de repetición de preguntas y soluciones que suenan a viejas, a cantinelas conocidas. No pocos piensan que nos faltan proyectos de altura, de horizonte abierto y amplio. Cuando aparezcan, estaremos ante los primeros signos del alba de esa nueva era. Aparecerán. La humanidad se renueva continuamente con cada nueva criatura humana que nace, portadora de algo totalmente original que tarde o temprano se abrirá camino”.