Narran las sagradas escrituras que, en Pentecostés, el Espíritu Santo descendió sobre los apóstoles, quienes comenzaron a hablar en lenguas extrañas, según que el Espíritu les movía a expresarse. Ante este prodigio, unas tres mil almas recibieron la palabra, se bautizaron y se convirtieron y, cada día, el Señor iba incorporando a los que habían de ser salvos (He 2).
Sin embargo, al tiempo que las conversiones aumentaban, las persecuciones a los primeros cristianos también se intensificaron, pues, como advirtiese Cristo: “No es el siervo mayor que su señor. Si me persiguieron a mí, también a vosotros os perseguirán” (Jn 15,20). Entre quienes «con gran furia» perseguían a la Iglesia de Dios y la devastaban, aventajando en el celo por el judaísmo a muchos de los coetáneos de su nación, mostrándose extremadamente celadores «de las tradiciones paternas” (cf….
Autor: Angélica Barragán
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