Es natural responder ante las situaciones amenazantes con la que se conoce como “reacción de lucha o huida”. Este instinto está inscrito en nuestro ser con el propósito de favorecer la supervivencia. Todos los seres vivos lo tenemos de un modo u otro. En cualquier caso, como hijos de la luz, y porque los seres humanos estamos creados a imagen y semejanza de Dios, estamos llamados por Él a algo más grande para responder en las situaciones críticas.
Las crisis que hoy proliferan –algunas genuinas, otras exageradas o tremendamente distorsionadas por los medios– han creado una especie de tormenta psicológica en muchos individuos y en la mayoría de naciones. La pandemia del coronavirus, la pérdida de libertades civiles y religiosas, la inestabilidad económica, grandes figuras mundiales maniobrando por un reinicio global, los escándalos y la confusión creciente dentro de la Iglesia, entre otros factores, han formado una “tormenta perfecta” .
Todo ello es, en parte, consecuencia del pecado diseminado por agentes humanos, y también causado por oscuras fuerzas espirituales, pero el resultado final es el de sumergirnos en una visión distorsionada de la realidad. Ya sea por querer huir de las amenazas o por vernos paralizados por ellas, nos encontramos ante una especie de hipnosis.
Sin descontar las medidas razonables que cualquiera debería adoptar en un mundo siempre peligroso (y sublimemente bello), nuestra condición interior siempre debería de ser la de Verdad y Amor: la verdad y el amor integrados como un todo unificado. Nuestra labor es mantener la paz interior a través de la oración constante, dejando que el Espíritu Santo nos forme más y más en el camino del abandono total a la Divina Providencia. Este tipo de abandono no supone nunca darse por vencido: no es ni pasividad, ni indiferencia, ni tampoco negación de la realidad. Es un santo desapego, incluso mientras seguimos realizando aquellas tareas que son propias de nuestra vocación y misión en la vida.
Aun así, se plantea la pregunta: ¿Qué es razonable en tiempos como estos? Las precauciones razonables durante la Peste Negra, o la Crisis del 29, o la Segunda Guerra Mundial fueron distintas en función de las características de cada situación, y según las circunstancias de cada uno (si tiene familia o es soltero, si tiene trabajo o no, si vive en la ciudad o el campo…). No existe una hoja de ruta detallada o un manual de supervivencia para navegar de manera infalible en tiempos de crisis. Los intentos de encontrar esta solución “mágica” (incluso a través de una supuesta magia racional) pueden ser una forma disfrazada de gnosticismo pagano –incluso cuando se rocía, por así decirlo, con agua bendita–.
Claro que el conocimiento es bueno en sí mismo, pero el conocimiento por sí solo no puede salvarnos. Como tampoco puede salvarnos la acumulación de bienes materiales. Todo eso puede darnos, temporalmente, la ilusión de ser capaces de dominar las situaciones amenazantes, reforzando nuestra sensación de seguridad y una más sutil sensación de autosuficiencia. Sin embargo, al final, cualquier intento de vivir en el reino de la autosuficiencia nos será de poco o ningún provecho.
Entonces, ¿qué tenemos que hacer? Para los que seguimos a Cristo, la respuesta razonable antes las amenazas (sean meras percepciones o amenazas reales) es invocar constantemente al Espíritu Santo para que ilumine lo que tenemos que hacer en nuestras circunstancias particulares de cada día. Y debemos ofrecer esta plegaria con total sinceridad. Con gran sencillez. Con el corazón de un niño.
Sí, tenemos que ser conscientes de la agrupación de diferentes fuerzas paganas cada vez más anticristianas, pero no nos dejemos hipnotizar por nuestro antiguo enemigo, el Diablo, a quien las Escrituras llaman “la serpiente astuta”, la más sutil de las criaturas. Como las verdaderas serpientes, paralizará a sus potenciales víctimas con el veneno del terror, inundará nuestras mentes con escenarios oscuros, buscará convencernos de que ha vencido y, por tanto, tratará de desanimarnos profundamente para poder devorarnos más fácilmente.
En su audiencia del 11 de mayo de 2005, pocos días después de su elección como pontífice, el Papa Benedicto XVI dijo: “En efecto, la Historia no está en las manos de potencias oscuras, de la casualidad o únicamente de las decisiones humanas. Sobre las energías malignas que se desencadenan, sobre la acción vehemente de Satanás y sobre los numerosos azotes y males que sobrevienen, se eleva el Señor, árbitro supremo de las vicisitudes históricas. Él las lleva sabiamente hacia el alba del nuevo cielo y de la nueva tierra, sobre los que se canta en la parte final del libro del Apocalipsis con la imagen de la nueva Jerusalén”.
Hay momentos en los que podemos pensar o sentir que el maligno (y sus agentes humanos) han ganado. Pero hemos de recordar que un gran número de personas perciben la procedencia diabólica que subyace en la oscuridad presente. Cada vez más personas ven signos de alerta en las colinas y oyen las campanas lejanas mientras continúan con sus vidas.
“Pero ¿y yo qué tengo que hacer?”, preguntas. Cumple con el deber de las tareas que tienes a mano. Mantén la fe en tus responsabilidades, tu vocación. Ama a las almas que has traído al mundo, y a las que Dios trae a tu vida. Trabaja y reza. Trata de convertir todo en oración. Adora a Jesús vivo que siempre está entre nosotros. Busca la paz que el mundo no puede dar. Pide a Dios diariamente el don sobrenatural de la Esperanza, que es muy diferente de un optimismo humano natural. Y, luego, practica la esperanza. Por supuesto, poner todo esto en práctica es lo más difícil. Pero es en la práctica donde tu carácter, renovado una y otra vez, se forma y fortalece. De esta manera, te conviertes en quien eres. De esta manera te conviertes en más de lo que crees que eres. Y de esta manera el equilibrio del mundo cambia.
El Salmo 56 tiene mucho que decir sobre nuestra condición humana. Con la Iglesia entera, recemos a menudo con las palabras de David: “Oh, Altísimo, cuando yo temo, en Ti confío”.
Dejemos que cale hondo en nuestros corazones, en nuestras mentes y en nuestras almas las palabras de Jesús en el Evangelio acerca de las tribulaciones venideras: “Cuando estas cosas comiencen a suceder, mirad y levantad vuestras cabezas, porque se acerca vuestra liberación” [Lc 21, 28].
No miremos hacia abajo con consternación, sino alrededor, con conocimiento. Y, sobre todo, miremos hacia arriba con esperanza, fijando los ojos de nuestro corazón en el verdadero horizonte: Jesús viene. Él está cerca.
Publicado en Misión.
Michael D. O’Brien, pintor y escultor, es el autor de El Padre Elías y El Padre Elías en Jerusalén.