Nuestra sociedad, dominada por el materialismo y el hedonismo, ha promovido la engañosa idea de que es mejor tener pocos hijos para poder darles más (al menos en lo relacionado a cosas materiales). De ahí que, si en otras épocas, muchos matrimonios recibían a cada hijo con temor, pero también con esperanza cristiana, hoy en día la mayoría de las parejas planifica minuciosamente la llegada del hijo, o del par de hijos, que han decidido tener. Y si antes el principal objetivo de los padres era formar hombres de bien (o, mejor aún, buenos cristianos), actualmente se educa a los hijos para que sean buenos ciudadanos, excelentes profesionistas y hombres exitosos a la manera de un mundo superficial, consumista y ferozmente competitivo.
Autor: Angélica Barragán
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