Si la Iglesia fuera una empresa, podría decirse que está al borde de la bancarrota; si fuera un país, lo calificaríamos sin duda de Estado fallido; si fuera un movimiento ideológico meramente humano, podríamos certificar su defunción a plazo fijo y constatar su absoluta irrelevancia en la escena pública.
La Iglesia, naturalmente, no es nada de eso, y su Fundador hace ya más de dos mil años nos garantizó que duraría hasta el final de los tiempos. Pero no nos dijo cómo, y por lo que podemos ver ahora, con los fríos datos en la mano, no se le adivina un futuro próximo demasiado halagüeño. La anunciada ‘primavera eclesial’ del Concilio (no hace falta decir qué concilio, porque últimamente parece haber habido uno solo en la historia) se tradujo casi inmediatamente en un desplome aterrador en todos los criterios medibles -bautismos, apostasías, laicizaciones de…
Autor: Carlos Esteban
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