La clave está en la palabra fetiche del último concilio: “aggiornamento”, puesta al día, actualización. La Iglesia, una institución que no es de este mundo pero está en este mundo, está llamada a mantener su doctrina perenne, el mensaje eterno de Cristo, válido para todos los tiempos, a la vez que estudia el espíritu de cada época para adaptar la forma del mensaje para que llegue al mundo de manera eficaz.
Ese acto de equilibrismo es arriesgado, y siempre existe el peligro de, como reza el refrán anglo, tirar el niño con el agua sucia de la bañera.
Lo que vemos hoy es, al parecer de muchos, lo peor de los dos mundos. Por un lado, vemos cómo el intento de adaptar el mensaje a la actualidad lleva a menudo a corromperlo. Escuchamos declaraciones de altos prelados, favorecidos o nombrados por Francisco, que defienden posturas incompatibles con la doctrina moral perenne…
Autor: Carlos Esteban

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