La libertad, “uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos” (Cervantes), se ha transformado en un fin en sí mismo que es adorado, cual becerro de oro, por una parte de la sociedad que, repitiendo el grito luciferino, non serviam, rechaza la debida sumisión a la ley divina.
Asimismo, gobiernos y organismos internacionales que proclaman a los cuatro vientos la absoluta soberanía del individuo con entera independencia de Dios y de su autoridad han fabricado “nuevos derechos”, auténtica corrupción de los legítimos derechos que, basados en la naturaleza humana, promovían la moral y la virtud. Bajo esa falsa noción de libertad, llamada liberalismo, que rechaza hasta la ley natural, escrita por Dios en el corazón de cada hombre, cada individuo se considera “libre” para determinar la realidad (o al menos su realidad) con los efectos perversos que…
Autor: Angélica Barragán
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