«El Señor Dios llamó a Adán y le dijo: ‘¿Dónde estás?’. Él contestó: ‘Oí tu ruido en el jardín, me dio miedo, porque estaba desnudo, y me escondí'» (Gén 3, 9-10). Cuando uno sabe que ha hecho el mal, lo que no le está permitido, «se esconde», trata de evadirse, de poner excusas o de justificarse.
«La mujer que me diste como compañera me ofreció del fruto y comí» (Gén 3, 12). Claro, la culpa parece que no es tuya, siempre es de otro, atribuible a otras causas; en este caso, a «la mujer que me diste como compañera» o, si nos fijamos en Eva, también tirando balones fuera: «La serpiente me sedujo y comí» (Gén 3, 13). La culpa es de los demás, de la mujer, de la serpiente, de las circunstancias… no tuya, que aceptaste el ofrecimiento, la tentación, y no te resististe, sabiendo que no debías comer de aquel fruto o hacer aquello por mandato divino.
No vayas a…
Autor: Miguel Ángel Irigaray Soto

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