Lo dice el cantar andaluz con esa mezcla de alegría y pesadumbre: que algo se muere en el alma cuando un amigo se va. Las palmas y las danzas de las “sevillanas del adiós” sacan su mejor pañuelo de silencio a la hora de partir, ante el vacío que deja el amigo que se marcha, como un pozo sin fondo que no se puede llenar. Sí, es la despedida sentida de alguien que ha dejado en tu vida una huella que no se puede borrar.
Me ha salido este arranque por sevillanas ante algo tan cotidiano como despedir a una persona querida tras su fallecimiento, algo que deja de ser anónimo cuando en el cortejo fúnebre nos sorprende la muerte viandante en nuestra calle llamando a la puerta de alguien nuestro. Tiene algo de inédito el morir que no nos consiente sabernos de memoria su mal trago, ni nos sirven duelos de antaño para acallar un llanto que nos parece un intruso y nos sabe a nuevo y…
Autor: Monseñor Jesús Sanz Montes

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