Si el final del verano supone, para muchos, un periodo de nostalgia y metafísica existencial, casi machadiana, por la llegada del otoño y el final de una época de abundancia, el recuerdo de Chus Villarroel acentúa ese sentimiento en todos los que, de una forma u otra, le conocimos. Hace un año que partió a encontrase con el Padre. Un año también de aquel día posterior a su fallecimiento en el que trescientos hijos suyos –tantos y, a la vez, tan pocos en comparación con todos los que tiene diseminados por el mundo– nos reunimos en Ávila en lo que fue algo así como un anticipo del Cielo. Todo lo que sucedió aquellas horas, los encuentros con hermanos venidos de lejos, los cantos envueltos de abrazos y lágrimas en el tanatorio o la misa en Santo Tomás fueron una vivencia continua, real y profunda de alabanza y comunión.
Como todo lo que predicaba, su muerte no se…
Autor: Jorge F. García-Samartín
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