Hace unos días subí con un amigo a una montaña. Arriba nos esperaba una cruz y una vista panorámica impresionante. Costaba un poco subir, sólo un poco. Era una tarde de domingo y no había prisa. Nuestro plan era subir hasta la cruz, pasear por ese monte y orar. Lo unimos perfectamente al llegar: ver todo desde las alturas, dar gracias al Padre teniendo ante nosotros la Cruz de su Hijo y dejarnos llenar del Espíritu Santo. Poco a poco nuestros corazones se encienden, parecen que quieren volar, volar como las águilas hacia lo alto, hacia el cielo, hacia lo que se halla más allá de la cruz que centra nuestras miradas. La cruz en lo alto y abajo el paisaje. Y en medio dos corazones que oran unidos. Pasado un tiempo decidimos rezar vísperas en ese lugar tan privilegiado. Lo hacemos saboreando los salmos y la lectura breve. Además añadimos intenciones personales a las…
Autor: Sólo Dios basta
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