El gran deseo que muchas veces anida en nuestra mente es el de tener de todo y no faltarnos de nada. Creemos que la mayor fortuna es vivir bien y sin necesidades. Y sin embargo, por mucho que uno tenga o posea, al final se queda sin nada y la muerte así nos lo demuestra. De ahí que no hay mejor fortuna que tener asegurada la vida eterna de amor. ¡Es la mejor inversión!
Con los ajetreos de la vida se nos olvida, puesto que los afanes de la existencia son como muros que no nos dan la oportunidad de verlo. Son los propios afanes de la vida que narcotizan nuestro modo de vivir. Nos encontramos aislados y como ocultos en una pequeña isla pensando que sólo existe el terreno que pisamos sin alzar la mirada hacia otros territorios u otros lugares mucho mejores de aquellos que pisamos.
Es la pregunta que todos nos hacemos, así como se la hicieron a Jesucristo: “Maestro, ¿qué tengo que hacer…
Autor: Monseñor Francisco Pérez González

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