Me gusta recordar de vez en cuando cómo, frente al pretendido y reiterado empeño de enfrentar ciencia y fe, casi todos los grandes científicos que han hecho avanzar significativamente a la ciencia han sido creyentes.
En efecto, Copérnico era sacerdote católico; Galileo era profundamente católico (y ambos establecieron que la Tierra gira alrededor del Sol, un avance del conocimiento científico decisivo); Newton era cristiano protestante; Max Planck (física cuántica) era creyente, Premio Nobel de Física en 1918. Encuentro estas palabras suyas: «Como hombre que ha dedicado toda su vida a la ciencia más descarnada, al estudio de la materia, puedo deciros como resultado de mis investigaciones sobre los átomos lo siguiente: ¡No existe la materia como tal! Toda la materia se origina y existe sólo en virtud de una fuerza que hace vibrar las partículas de un átomo y mantiene…
Autor: Miguel Ángel Irigaray Soto
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