San Luis María Grignion de Montfort compuso esta oración abrasadora pidiendo al Padre, suscite a los apóstoles de los últimos tiempos.
Apela a la misericordia del Señor, recordando sus antiguos portentos. Pareciera una oración verdaderamente escrita para nuestros días que conviene rezar con alguna frecuencia ante la ante la crisis horrorosa que padece Nuestra Santa Madre Iglesia, que la Santísima Virgen ya profetizó en la Salette.
Oración
Por la señal de la Santa Cruz,
de nuestros enemigos, líbranos Señor Dios Nuestro,
en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, amén.
Señor, acordaos de vuestra Congregación
que habéis poseído desde el principio, pensando
en ella desde la eternidad; que teníais
en vuestra mano todopoderosa cuando
con una palabra sacasteis el universo de la nada;
que ocultabais aún en vuestro corazón
cuando vuestro Hijo, al morir en la Cruz,
la consagró con su sangre, y la confió, cual
precioso depósito, a los cuidados de su Santísima Madre.
Invocación a Dios Padre
Dios Todopoderoso, acordaos de esta Compañía
empleando la omnipotencia de vuestro
brazo nunca menguado, para darle vida
y llevarla a su perfección. Renovad los milagros,
haced nuevos prodigios, dejadnos experimentar
el socorro de vuestro brazo
(Sab 5,17). Oh gran Dios, que de piedras toscas
podéis hacer otros tantos hijos de
Abraham, decid una sola palabra en Dios,
para enviar buenos “operarios a vuestra mies”,
y buenos misioneros a vuestra Iglesia.
Dios de Bondad, acordaos de vuestras
antiguas misericordias y por esa misma misericordia
acordaos de esta Congregación;
acordaos de las reiteradas promesas que nos habéis
hecho por medio de vuestros profetas
y de vuestro mismo Hijo, de escuchar nuestras justas peticiones.
Acordaos de las plegarias que a este fin
os han hecho vuestros siervos y siervas
desde hace tantos siglos; que sus súplicas,
sus gemidos, sus lágrimas y su sangre
derramada acudan a vuestra presencia,
para implorar poderosamente vuestra misericordia.
Mas acordaos sobre todo de vuestro querido Hijo.
“Contempla la cara de tu Ungido”
Acordaos de su agonía, su confusión
y su queja amorosa en el Huerto de los Olivos
cuando dijo: ¿De qué sirve mi sangre?
Su muerte cruel y su sangre vertida os
claman misericordia, para que, mediante esta Congregación,
su imperio sea establecido
sobre las ruinas del de sus enemigos.
Acordaos, Señor, de esta comunidad en los efectos de Vuestra Justicia.
“Ya es tiempo de hacer lo que habéis prometido. Violada está vuestra divina ley”;
abandonado vuestro evangelio; torrentes de iniquidad inundan toda la tierra y
arrastran a vuestros mismos siervos.
Desolada está la tierra (Jer 12,11), la impiedad se asienta en los tronos,
vuestro santuario es profanado, la abominación está en el mismo
lugar santo (Dan 9,27; Mt 24,15; Mc 13,14).
¿Lo dejaréis todo así abandonado, justo Señor,
Dios de las venganzas? ¿Todo llegará a ser como Sodoma y Gomorra?
¿Os callaréis,siempre? ¿Seguiréis soportándolo todo?
¿No es preciso que vuestra voluntad se haga en la tierra como en el cielo,
y que venga a nosotros vuestro reino? ¿No habéis mostrado de antemano
a algunos de vuestros amigos una futura renovación de vuestra Iglesia?
¿No han de convertirse los judíos a la verdad?
¿No es lo que espera la Iglesia? ¿No os claman todos los santos del cielo
¡Justicia, Venganza! (Ap 6,10)?
¿No os dicen todos los justos de la
tierra: Venid, Señor Jesús! (Ap 22,20)
Todas las criaturas, hasta las más insensibles, gimen
bajo el peso de los innumerables pecados de Babilonia
y piden vuestra venida para restaurarlo todo. “La creación entera gime”(Rom 8,22).
Invocación a Dios Hijo
Señor Jesús, Acordáos de dar a vuestra Madre
una nueva Compañía para renovar por ella
todas las cosas y para concluir por María
los años de la gracia como los habéis comenzado por Ella.
Dad hijos y siervos a vuestra Madre, de lo contrario dejadme morir (Gén 30,1).
Para vuestra Madre os pido. Acordáos de sus entrañas
y de sus pechos, y no me rechacéis; acordáos de quien sois hijo
y escuchadme: acordáos de lo que Ella es para Vos y de lo que
Vos sois para Ella y satisfaced mis deseos.
¿Qué os pido? Nada para mí, todo para vuestra gloria.
¿Qué os pido? Lo que podéis, y aún me atrevo a decirlo
-lo que debéis concederme, como verdadero Dios que sois,
a quien todo poder ha sido dado en el cielo y en la tierra (Mt28,18),
y como el mejor de todos los hijos, que amáis infinitamente a vuestra Madre. ¿Qué os pido?
– Hijos: Sacerdotes libres con vuestra libertad,
desprendidos de todo, sin padre, sin madre,
sin hermanos, sin parientes según la carne,
sin amigos según el mundo, sin bienes, sin
estorbos, sin cuidados, y hasta sin voluntad propia (Mc 10,29; Lc 14,26).
– Hijos: Esclavos de vuestro amor y de vuestra voluntad,
hombres según vuestro corazón que, sin voluntad propia
que los manche y los detenga, cumplan siempre la vuestra
y derriben a todos vuestros enemigos, como David,
con el cayado de la Cruz y la honda del Rosario en las manos (1 Re 17,40)
– Hijos: Nubes levantadas por encima de la tierra, y
llenas de celestial rocío que sin impedimento vuelen
por todas partes al soplo del Espíritu Santo.
Ellos son del número de los que vuestros
profetas tenían ante la vista cuando
preguntaban;¿Quiénes son estos que vuelan como las nubes? (Is 60,8)
Iban a doquiera los impulsaba el Espíritu (Ez 1,12) .
– Hombres siempre prontos a serviros, siempre dispuestos
a obedeceros a la voz de sus superiores, como Samuel: “Heme aquí” (1 Re 3,16)
siempre listos a correr y a sufrirlo todo con Vos y para Vos,
como los Apóstoles: Vamos también nosotros para morir con El (Jn 11,16).
– Hijos: Verdaderos hijos de María, vuestra Santísima Madre,
engendrados y concebidos por su caridad, llevados en su seno,
pegados a sus pechos, alimentados con su leche,
educados por sus cuidados, sostenidos por su brazo,
y enriquecidos por sus gracias.
– Hijos: Verdaderos siervos de la Santísima Virgen quienes,
como Santo Domingo, con la antorcha brillante
y ardiente del santo Evangelio en la boca
y el santo Rosario en la mano, vayan por todas partes,
ladrando como perros, ardiendo como hogueras,
e iluminando las tinieblas del mundo como soles,
y que por medio de una verdadera devoción a María, esto es,
interior sin hipocresía, tierna sin indiferencia,
constante sin ligereza, y santa sin presunción,
aplasten doquiera que vayan la cabeza
de la antigua serpiente, para que se
cumpla plenamente la maldición que habéis pronunciado contra ella.
Pondré enemistades entre ti y la mujer, entre tu raza y la suya;
Ella aplastará tu cabeza (Gén 3,15).
Es verdad, Señor, que el demonio, como lo habéis predicho,
pondrá grandes asechanzas al calcañar de esta mujer misteriosa,
es decir, a esta compañía de hijos suyos que vendrán
hacia el fin del mundo, y que habrá grandes enemistades
entre la bienaventurada posteridad de María y la raza maldita de Satanás.
Pero es una enemistad netamente divina y la única de que sois autor:
pondré enemistades. Más esos combates y esas persecuciones
que los hijos de Belial (2 Cor 6,15)
suscitarán contra el linaje de vuestra
Santa Madre, sólo servirán para que brille mejor
el poder de vuestra gracia, la intrepidez de
su virtud y la autoridad de vuestra Madre;
pues desde el principio del mundo le habéis
confiado la misión de aplastar a aquel orgulloso
por la humildad de su corazón y de su calcañar.
De lo contrario, dejadme morir.
¿Acaso no es preferible morir, Dios mío,
que veros tan cruel e impunemente ofendido todos los días,
y hallarme cada vez más en peligro de ser
arrastrado por los torrentes de iniquidad que van creciendo?
Prefiero mil veces la muerte. O enviadme socorro desde el cielo,
o quitadme la vida. Si no tuviera la esperanza de que,
mirando por vuestra gloria, escucharéis tarde o temprano
a este pobre pecador, como habéis escuchado a tantos otros.
-Este pobre clamó y el Señor le escuchó (Sal 33,7)-,
yo os pediría lo mismo que un profeta: llevad mi alma (1 Re 19,4).
Pero la confianza que tengo en vuestra misericordia me mueve
a decir con otro profeta: no moriré,
sino que viviré y contará las obras del Señor (Sal 117,17);
hasta que pueda decir con Simeón: NUNC DIMITTIS:
Ahora despedid, Señor, a vuestro siervo en paz (Lc 2,29-30)…
porque mis ojos han visto vuestra salvación
Invocación al Espíritu Santo
Espíritu Santo, acordaos de producir y de formar hijos de Dios
con María vuestra divina y fiel esposa.
Habéis formado a Jesús cabeza de los predestinados, con Ella y en Ella;
con Ella y en Ella debéis formar también todos sus miembros.
No engendráis ninguna persona divina en el seno de la Divinidad
pero Vos solo formáis todas las personas divinas fuera de
la Divinidad, y todos los santos que han sido y serán hasta el fin del mundo
son tantas obras de vuestro amor unido a María.
El reinado especial de Dios Padre ha durado hasta el diluvio,
y concluyó con el diluvio de agua; el reinado de Jesucristo terminó
con un diluvio de sangre; mas vuestro reinado,
Espíritu del Padre y del Hijo, continúa, y terminará
con un diluvio de fuego de amor y de justicia (1 Jn 5,8).
¿Cuándo vendrá ese diluvio de fuego de amor puro,
que debéis encender en toda la tierra,
de una manera a la par tan dulce
y vehemente que abrasará y convertirá todas las naciones:
los turcos, los idólatras y aún los mismos judíos?
No hay quien se esconda de su calor (Sal 18,7).
Enciéndase ese fuego divino que Jesucristo vino a traer a la tierra,
antes de que encendáis el de vuestra cólera,
que ha de reducir el universo a cenizas.
Enviad a vuestro Espíritu y serán creados, y renovaréis la faz del mundo (Sal 103,30).
Enviad a la tierra a ese Espíritu que es todo fuego purísimo
para formar sacerdotes llenos de fuego por cuyo ministerio
sea renovada la faz de la tierra, y reformada vuestra Iglesia.
Es una reunión, una asamblea, una selección,
una segregación de predestinados que debéis hacer en el mundo y de entre el mundo.
“Yo los elegí de en medio del mundo” (Jn 15,19)
Es un rebaño de corderos apacibles que debéis
juntar entre tantos lobos (Lc 10,3);
una bandada de castas palomas y águilas reales
entre tantos cuervos; un enjambre de abejas
entre tantos zánganos; una manada de ágiles ciervos
entre tantas tortugas; un batallón de
valientes leones entre tantas liebres tímidas.
¡Ah Señor! congregadnos de todas las naciones (Sal 105,47),
juntadnos, reunidnos a fin de que alaben y bendigan por ello a
vuestro Nombre santo y poderoso.
La Compañía de María
Habéis predicho esta ilustre Compañía por vuestro profeta,
que habla de ella en términos muy oscuros y misteriosos,
pero enteramente divinos: “Hiciste caer una lluvia generosa,
para reanimar a los tuyos redimidos. Y tus familiares hallaron reposo,
en el lugar que tu bondad les preparó.
El Señor da a los mensajeros la noticia:
Dios dispersó un inmenso ejército. Huyen reyes,
huyen con sus tropas; una mujer en su carpa reparte el botín: alas de
paloma cubiertas de plata y de oro en su plumaje.
Mientras el Todopoderoso vencía a los reyes, caían nieves sobre el Salmón (Jue 9,48).
Montes de Dios, montes de Basán, altos y encumbrados, montes escarpados, montes de Basán.
¿Por qué miran celosos al monte que Dios quiso habitar,
en que el Señor habita para siempre?”(Sal 67,10-17)
¿Y qué otra cosa es, Señor, esa lluvia generosa que habéis preparado para vuestra
empobrecida heredad, sino esta falange de santos misioneros Hijos de María, vuestra
Esposa, que debéis reunir y separar del común de las gentes, para bien de vuestra Iglesia,
tan debilitada y manchada por los crímenes de sus hijos?
¿Cuáles son esos animales y esos pobres que vivirán en vuestra heredad alimentándose de
la divina dulzura que les habéis preparado?
Son esos pobres misioneros abandonados a la Providencia, que rebosarán de
vuestras divinas delicias; son esos animales misteriosos de Ezequiel (Ez 1,5-14)
que tendrán la humanidad del hombre por su caridad desinteresada y
benéfica para con el prójimo, la bravura del león por su santa cólera y su celo ardiente y
discreto contra los demonios y los hijos de Babilonia; la fuerza del buey por sus trabajos
apostólicos y su mortificación de la carne, y en fin, la agilidad del águila por su
contemplación en Dios. Tales serán los misioneros que queréis enviar a vuestra Iglesia.
Tendrán una mirada de hombre para el prójimo, una mirada de león contra vuestros
enemigos, una mirada de buey contra sí mismos y una mirada de águila para Vos.
Esos imitadores de los apóstoles predicarán con tal virtud y fortaleza que removerán todos
los espíritus y los corazones en los lugares donde prediquen. Les daréis vuestra palabra: y
aún vuestra boca y vuestra sabiduría: a la que no podrá resistir ninguno de sus adversarios (Lc 21,15).
Ellos son los predilectos en quienes Vos en calidad de Rey de las virtudes, de Jesucristo el
muy amado, tendréis vuestras complacencias, ya que no perseguirán otro fin en sus
misiones que el de tributaros la gloria de los despojos arrebatados a vuestros enemigos.
Por su abandono a la Providencia y su devoción a María tendrán plateadas alas de paloma,
es decir, la pureza de doctrina y de costumbres; y dorado el dorso, esto es, una perfecta
caridad para con el prójimo para soportar sus defectos,
y un gran amor a Jesucristo para llevar su cruz.
Vos sol como Rey de los cielos y Rey de Reyes, separaréis del común de las gentes a esos
misioneros para hacerlos más blancos que la nieve del monte Selmón, que es monte de
Dios, monte abundante y fértil, monte fuerte y macizo, monte en que el Señor se complace
de modo maravilloso, y en donde habita y morará hasta el fin.
¿Quién es, Señor, Dios de verdad, esta montaña misteriosa, de la que nos decís tantas
maravillas, sino María vuestra amada Esposa, cuyos cimientos habéis puesto sobre las
cumbres de las más altas montañas? (Sal 86 1; Is 2,2; Miq 4,1)
Dichosos mil veces los sacerdotes que os habéis dignado escoger y predestinar para que
moren con Vos en esa abundante y divina montaña para llegar a ser reyes de la eternidad
por su desprecio de la tierra y su elevación en Dios; para hacerse más blancos que la nieve
por su unión a María, vuestra Esposa toda hermosa, toda pura e inmaculada; y para
enriquecerse con el rocío del cielo y la fertilidad de la tierra (Gén 27,28), con todas las
bendiciones temporales y eternas de que María está llena.
Desde lo alto de este monte, como Moisés, lanzarán dardos contra sus enemigos, por
medio de sus ardientes oraciones para postrarlos o convertirlos (Ex 17,8-13).
Sobre este monte aprenderán, de la boca misma de Jesucristo que siempre mora allí, la
inteligencia de sus ocho bienaventuranzas (Mt 5,3-11).
Sobre este monte de Dios serán transfigurados con El como en el Tabor, morirán con El
como en el Calvario, y subirán al cielo con El como en el monte de los Olivos.
A Vos sólo corresponde reunir, por medio de vuestra gracia, esta Congregación. Si el
hombre inicia la obra, nada se hará; si toma parte en ella, la dañará, y la echará a perder.
Es vuestra obra, gran Dios. Realizad vuestra obra puramente divina; juntad, llamad, traed a
vuestros elegidos de todos los lugares de vuestro imperio, para formar un cuerpo de ejército
contra vuestros enemigos.
Llamamiento final
Ved, Señor, Dios de los ejércitos, como los capitanes forman escuadrones completos, los
potentados levantan grandes ejércitos, los navegantes equipan flotas enteras, los
mercaderes acuden en gran número a ferias y mercados.
¡Cuántos ladrones, impíos, borrachos y libertinos se juntan
contra Vos todos los días tan presto y tan fácilmente! Un simple silbido,
un toque de tambor, una daga embotada que
muestran, un ramo seco de laurel que prometen, un pedazo de tierra roja o blanca que
ofrecen, en tres palabras: el deseo de un honor fugaz, de un miserable interés, de un
mezquino placer sensual, reúne en un instante a los mercaderes y cubre tierra y mar con
una turba-multa de réprobos, que, siendo divididos entre sí o por la distancia de lugares, o
por los intereses opuestos, se unen sin embargo hasta la muerte para haceros la guerra
bajo el estandarte y el mando del demonio.
¡Y Vos, Señor! Habiendo tanta gloria, dulzura y provecho en serviros ¿casi nadie tomará
partido por Vos? ¿Serán tan escasos los soldados que se alisten bajo vuestra bandera?
¿No habrá alguno que otro que, celando por vuestra gloria, grite en medio de sus
hermanos, como San Miguel: Quis ut Deus? ¿Quién es como Dios?
¡Ah! permitidme decir a voces por doquiera: ¡fuego! ¡fuego! ¡fuego! ¡socorro! ¡socorro!
¡socorro! ¡Fuego en la casa de Dios! ¡fuego en las almas! ¡fuego hasta en el mismo
santuario! ¡Socorro para vuestro hermano que lo asesinan! ¡socorro para nuestros hijos que
van degollando! ¡socorro para nuestro querido padre que están apuñalando!
“El que sea del Señor que se junte conmigo” (Ex 32,26) Que todos los buenos sacerdotes
que están esparcidos por el mundo cristiano, ora se hallen actualmente en el combate, ora
estén ya retirados de la lucha en los desiertos y soledades, vengan a unirse con nosotros: la
unión hace la fuerza a fin de que formemos, bajo el estandarte de la Cruz un ejército
dispuesto en orden de batalla y bien disciplinado, para atacar en masa a los enemigos de
Dios que ya han dado el toque de alarma (Sal 45,4): rechinaron los dientes” (Sal 34,16),
“bramaron” (Sal 2,1), “se multiplicaron”(Sal 24,19).»Rompamos sus coyundas, arrojemos de
nosotros sus ataduras. El que mora en los Cielos se ríe de ellos” (Sal 2,3-4). “¡Alzase Dios!
¡Se dispersan sus enemigos!”(Sal 67,1).
¡Señor, levantáos! ¿Por qué aparentáis dormir? Desperézate! (Sal 43,24) Levantáos con
toda vuestra omnipotencia, vuestra misericordia, vuestra justicia para formaros una
compañía escogida de guardias reales que custodien vuestra casa, defiendan vuestro
honor, y salven a vuestras almas, para que no haya más que un redil y un pastor (Jn 10,16),
y que todos os tributen gloria en vuestro templo (Sal 28,9). Amén
Promesas
La oración promete la intervención de Dios en respuesta a las súplicas fervientes de sus siervos, fortaleciendo a la Iglesia y sus miembros. También Pide la renovación de la Iglesia a través de la formación de una nueva compañía de misioneros dedicados y fervorosos, bajo la protección y guía de la Virgen María.
Origen
San Luis María Grignion de Montfort (1673-1716) fue un sacerdote y teólogo francés, conocido por su profunda devoción a la Virgen María y por ser el autor de varios escritos espirituales que han influido notablemente en la espiritualidad mariana dentro de la Iglesia Católica. La «Oración Abrasadora» fue compuesta por él como una súplica ferviente a Dios para que enviara «apóstoles de los últimos tiempos» que renovaran la Iglesia y la sociedad a través de una devoción total a María y una vida entregada al servicio del Evangelio.
Oración Abrasadora de San Luis María Grignion de Montfort: Una súplica de conversión
La oración fue escrita en una época de grandes cambios y desafíos para la Iglesia Católica, durante el siglo XVII y principios del XVIII. San Luis María Grignion de Montfort veía la necesidad de una profunda renovación espiritual y moral en la Iglesia, enfrentando las crecientes amenazas de la secularización y la indiferencia religiosa. Su oración refleja una profunda confianza en la misericordia y el poder de Dios, y un llamamiento a la intervención divina para traer una nueva era de santidad y fervor apostólico.
La oración también se inscribe dentro de la tradición mariana, característica de San Luis María, quien promovió una devoción especial a la Virgen María como camino seguro y corto hacia Jesucristo. En tiempos de crisis, como los que la Iglesia ha enfrentado en diferentes momentos de la historia, esta oración sigue siendo relevante como una súplica ferviente para la revitalización y protección de la fe católica.