Ayer, mientras escuchaba al cardenal Rouco Varela en el ISSEP —y vaya, qué delicia es oírle—, me vino a la mente una reflexión un tanto incómoda: ¿por qué esperamos siempre a que nuestros obispos y cardenales estén al borde de la jubilación o la irrelevancia para escuchar sus voces realmente audaces? ¿Acaso la valentía es un lujo reservado a quienes ya no tienen nada que arriesgar? Es como si el acto de ser obispo en activo conllevase una cláusula implícita: “Prohibido ser valiente hasta próximo aviso.”
Lo cierto es que si nos fijamos en la Iglesia de los primeros mil años, la situación era bastante distinta. Antes, el obispo era elegido entre sus propios sacerdotes y, curiosamente, eso le daba un nivel de libertad y autonomía que, visto desde hoy, parece utópico. ¡Imaginen! Un obispo que responde a su comunidad en vez de preocuparse por si en Roma han…
Autor: Jaime Gurpegui
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