El pasado mes de marzo, la abogada y madre Rosario T. denunció al conocido hospital de Madrid Ramón y Cajal por comenzar el tratamiento de afirmación de género de su hija sin autorización judicial ni el consentimiento paterno. Con esta demanda, lo que podían parecer lejanas y ficticias historias de terror anglosajón se muestra con toda su crudeza en suelo español. Lejos de achantarse, esta madre ha decidido luchar. «Si no la defiendo yo, ¿quién la va a defender?», plantea a la edición impresa del diario El Mundo.
Tal y como extrae el periodista Quico Alsedo de lo hablado con la madre, todo comenzó con episodios de confusión, bullying, anorexia y bulimia sobre la joven. Entonces comenzó el tratamiento, fue medicada y comenzó a autolesionarse. El intento de suicidio y el ingreso hospitalario fueron los dos últimos episodios antes de que, con 15 años, proclamase que le gustaban las chicas y que se consideraba un chico en el cuerpo de una chica.
«Su hija ha muerto: ha nacido su hijo»
Derivada a la Unidad de Identidad de Género del hospital de Madrid Ramón y Cajal, los padres de la joven no dieron crédito cuando, en su primera visita, les presentaron el consentimiento informado para comenzar la afirmación de género de su hija.
Como hemos documentado en Religión en Libertad sobre decenas de casos de trans arrepentidos, que las autoridades sanitarias den por sentada la necesidad de una reasignación de género sin indagar en otras patologías previas de los pacientes en todo el mundo no es una novedad. Según lo expresado por esta madre y abogada, tampoco lo es en España.
«Sin establecer si necesitaba cambiar su sexo y operarse, hormonarse y amputar su cuerpo, tratan a nuestra hija como a un niño, le llaman con su nombre de niño y alientan su confusión cuando en realidad está deprimida. A la primera de cambio, sin estudiar si en realidad necesita cambiar su sexo o en realidad está mentalmente enferma, me dicen: ‘Señora, tiene usted que aceptarlo: se le ha muerto su hija y ha nacido su hijo‘», expresa.
Un expediente plagado de irregularidades
Rosario menciona, además, que las irregularidades comenzaron desde el primer momento.
Primero, «casi de un día para otro y sin haberlo mostrado antes jamás» su hija afirmó sentirse un chico y ante la posterior solicitud de un psiquiatra por su familia, las autoridades argumentaron que esto supondría patologizar la transexualidad.
Rosario no es la primera y seguramente tampoco será la última que se pregunte por la posibilidad de que otras dolencias previas y no tratadas puedan hacer creer al niño que la transexualidad es la solución. «Si comete un error tan tremendo siendo menor, sin capacidad para entender lo que está haciendo, lo va a pagar el resto de su vida«, menciona alertada.
Y es que, como miembro de la Agrupación Amanda -de padres y madres en situaciones similares- es consciente de que muchos de los niños y jóvenes que afirman ser transgénero, realmente sufren «patologías mentales previas, historiales de discriminación o abuso«, todos asociados a la disforia de género. Sin embargo, «las redes sociales les hacen creer que van a arreglarlo cambiándose de sexo», detalla.
Rosario T. en la portada del diario El Mundo de este 27 de abril, portando la denuncia presentada contra el hospital madrileño Ramón y Cajal por iniciar el proceso de reasignación de género de su hija sin su consentimiento ni la aprobación judicial.
Al margen de los padres, especialistas y jueces
Esta madre, convencida del deber de proteger a su hija, considera que debe «impedir que un hospital público incumpla su deber de proteger» la salud de su hija y «en vez de curarla, le inflija más daño por seguir una ideología y un adoctrinamiento absurdo».
Otro de los aspectos incluidos en la denuncia es que le aseguraron estar aplicando todas las medidas anunciadas en un protocolo inexistente y que aún «se está conformando», según informó al mismo medio la propia Comunidad de Madrid.
«Cuando le dije a la directora de la Unidad que me parecía increíble que en la primera cita me plantaran el consentimiento informado y se pusieran ya a afirmar a mi hija en su voluntad de cambiar de sexo, me dijo que la ley dice que eso es lo que hay que hacer y que ellos seguían el protocolo. Luego les pedí el protocolo, y me acabaron admitiendo que no lo tienen aún. Mi opinión es que están experimentando con menores«, sentencia.
Otra de las negligencias tuvo lugar el mismo día que la madre de la joven contactó con la Unidad de Identidad de Género el 21 de julio de 2021. Aquel día, le presentaron el formulario de consentimiento informado que no solo no autorizó, sino que en su defecto «deberían haber recabado la autorización de un juez», pero tampoco lo hicieron: sin tener la autorización paterna ni judicial, denuncia, «han empezado el tratamiento, juegan con la salud de mi hija y ni si quiera la protegen de verdad».
Durante las siguientes visitas, además de remarcarle que su hija estaba muerta y que, en su lugar, había nacido un hijo, los sanitarios se dirigían a la paciente con el nuevo nombre escogido por ella, porque «él ya se siente hombre», decían.
En defensa de su hija: «No voy a parar»
«Me dicen que debo aceptar que mi hija es un chico, que ella lo ha declarado así y ellos tienen la obligación de aceptarlo y afirmarla», menciona, aún sin disponer de un protocolo que les indique que son los pasos a seguir.
«Les digo que dado que mi hija tiene 16 años, si yo no doy mi autorización deben recabar la del juez, y me contestan que los jueces las están dando todas», recuerda.
En ese momento, Rosario supo que debía denunciar porque si no «no van a parar»: «Cuando ven que no me detengo, la directora de la unidad me dice que se han dado cuenta de que han ido demasiado rápido y que no van a tocar a mi hija hasta que cumpla 18 años».
Sin embargo, una pregunta permaneció en su cabeza: «¿A cuántas niñas habrán operado sin que sepan lo que están haciendo, dañándolas irreversiblemente para el futuro?».
Antes de concluir, recuerda que tuvo que referirse a ella como su «hije»: «Cuando ellos ya la declaran chico, porque lo hacen ellos, si te refieres a ella como niña, en femenino, te pueden denunciar por delito de odio. ¡Contra tu propia hija!».
«Ahora ya he vuelto a decir y escribir, cada vez que tengo que hacerlo, `mi hija´. Si no la defiendo yo, ¿quién la va a defender?», se pregunta.
A día de hoy, Rosario ya ha comenzado una batalla legal en defensa de la integridad de su hija, pero que podría concluir en beneficio de muchos otros menores y se muestra decidida hasta llegar donde sea necesario. «No voy a parar«, concluye.