San Atanasio de Alejandría, obispo, Padre de la Iglesia. 2 de mayo.
Infancia. El obispillo. El diácono.
San Atanasio nació en Alejandría entre 295-297, en una familia de origen griego y cristiana. De su infancia se cuenta que un día, habiendo San Alejandro de Alejandría (26 de febrero) terminado las fiestas de la celebración del martirio de San Pedro I de Alejandría (8 y 9 de diciembre), se fue a comer con sus clérigos. Vio por su ventana a unos niños que remedaban ser sacerdotes y realizaban un bautismo. Fijándose en el que oficiaba de obispo y lo correcto de sus ceremonias, les llamó e interrogó, admirándose de que todo lo habían hecho conforme a las normas litúrgicas, y comprendió lo que valía aquel chico. Por tanto, se encargó de su educación. Según San Gregorio Nacianceno (1, Iglesia Siria, 2; 19, traslación de las reliquias, 25, traslación de las reliquias y 30, Sinaxys de los Tres Patriarcas, de enero; 9 de mayo; 11 de junio, traslación de las reliquias, y 23 de agosto, Iglesia de Georgia) «la primera educación de nuestro héroe le formo en las costumbres y en las ciencias divinas [y de las] ciencias profanas griegas y egipcias, que puso al servicio de su concienzudo estudio conjunto del Antiguo y del Nuevo Testamento (…) combinado con la práctica de la virtud, su vida guiaba su contemplación y su contemplación ponía el sello a su vida«.
En esta época se dieron duras persecuciones contra los cristianos, que marcaron su vivencia de la fe. En Egipto la persecución fue brutal, provocando esclarecidos mártires y conocidas deserciones, con los consabidos arrepentimientos posteriores a la persecución. Esta situación creó dos posturas enfrentadas en la Iglesia. Por un lado, los rigoristas que no querían conceder perdón a los apóstatas, los «melecianos» (seguidores del presbítero Melecio de Licópolis), y por otro lado, aquellos prelados que extendían la misericordia de Dios a los «lapsi», frente a los cuales estaba San Alejandro y por supuesto, Atanasio. Cuando era un joven instruido y piadoso, Alejandro lo ordenó de diácono sobre 320, y le eligió como su secretario. Sobre esta fecha vivió su primer retiro entre los monjes del desierto, donde conoció y se “enamoró” del gran San Antonio Abad (17 de enero) y se hizo su más ferviente discípulo. Probablemente fue durante esta etapa cuando escribió «Contra los Paganos» y «Sobre la Encarnación del Verbo».
El arrianismo. Primer Concilio de Nicea. Patriarca.
Cuando Arrio comienza la enseñanza de su doctrina herética, que negaba la divinidad de Cristo y su inferioridad con respecto al Padre, Alejandro reacciona pronto, escribe al papa San Silvestre (31 de diciembre) y a los obispos de Oriente. Alerta del peligro de la herejía y su rápida extensión por Oriente. Convoca un sínodo y, preventivamente, condena el error. El emperador Constantino toma cartas en el asunto y convoca el Concilio en Nicea, en 325. El Nacianceno dice que aun siendo diácono Atanasio destacó entre los demás padres conciliares, exponiendo la herejía y desarmando sus argumentos. San Cirilo de Alejandría (27 de junio) dirá que ya desde el Concilio, Atanasio se ganó la admiración y respeto de los católicos, y el odio profundo de los arrianos. El concilio, para evitar cualquier confusión en el futuro, añade al Credo la palabra «homomisios», o sea, que define a Cristo como Dios y consustancial al Padre.
En 328, muere Alejandro, y al cabo de unas semanas el pueblo católico proclamó a Atanasio como sucesor, siendo consagrado obispo el 8 de junio del mismo año. Su elección provoca que los cismáticos melecianos y los arrianos se corten un poco en sus acciones. En 329 visita todas las iglesias de la extensa sede alejandrina. En la Tebaida conoce al «padre de los cenobitas» San Pacomio (12 de mayo) y establece sólidos lazos con los monjes, que serán su ayuda y consuelo en las adversidades que le esperan. En los monjes hallará gran fidelidad a la verdad católica frente a las herejías. En este viaje los melecianos intentan despojarle de su sede, y los arrianos arrecian sus ataques, con calumnias sobre su «dudosa» elección y algunas prácticas pastorales incorrectas y normas económicas injustas. Todo calumnias. Pero la peor fue acusarle de conspirar contra Constantino, razón por la cual viajó a Nicomedia para justificarse ante el emperador, el cual aceptó sus explicaciones. Atanasio, confirmado por el emperador arremetió severamente contra los calumniadores, pero estos contraatacaron y le acusaron de asesinar a un obispo y de provocar la desunión de la Iglesia con sus ataques a los herejes.
Primer destierro.
Para más inri, en 334 Constantino citó a Arrio y este hizo una profesión de fe herética tan disfrazada, que al emperador le pareció correcta y mandó a Atanasio que volviera a admitir a Arrio en la comunión de la Iglesia. Atanasio protestó y en 335 Constantino convocó un concilio. Los arrianos no permitieron la entrada de los obispos católicos a dicha reunión y Atanasio tuvo que enfrentarse solo a las graves acusaciones que le imputaban. Tan grave se puso la cosa, que Atanasio tuvo que ser sacado del concilio por funcionarios imperiales que temían por su vida. Los arrianos y melecianos, contentos por aquello, depusieron a Atanasio y entregaron la sede a Juan Arkaf, obispo meleciano y laxo con los arrianos.
Nuestro santo fue a Constantinopla a defenderse ante el emperador, pero los usurpadores llegaron antes y le contaron mil falsedades a Constantino, principalmente le dejaron ver que Atanasio tenía demasiado poder ante el pueblo, cosa que el emperador temía más que nada: una sombra de su poder. Al llegar Atanasio, el emperador le desterró a Tréveris. San Antonio Abad escribió a Constantino para defender a Atanasio, pero nada logró. Desde el exilio, Atanasio siguió ocupándose de su iglesia local. Escribía, exhortaba y alentaba a los suyos, y al mismo tiempo, su presencia sirvió para consolidar la fe católica en la Galia, estando alerta ante el arrianismo y para promover la vida monástica y eremítica que ya florecía en el desierto.
En 337 murió el emperador Constantino. El imperio quedó dividido en tres. Constancio fue nombrado emperador de Oriente y como era fiel católico, permitió a Atanasio regresar a Alejandría, pues estaba convencido de su rectitud. Atanasio forzó la restitución de todos los obispos católicos a su sede, deponiendo a los herejes. En Alejandría ya gobernaba el obispo arriano Pismo, que reclamó al papa San Julio I (12 de abril) su legitimidad, pero esta vez Atanasio estuvo más ligero, convocó un sínodo en el que proclamaron la fe católica, contra los obispos usurpadores. Los herejes depusieron a Pismo para poner en su lugar a Gregorio de Capadocia, que se presentó ante el prefecto de Egipto, Filagrio, para reclamar su apoyo. Como este tampoco quería a Atanasio, apoyó a Gregorio y lo entronizó con la fuerza imperial, provocándose disturbios entre católicos, arrianos y melecianos, que causaron varios muertos.
Segundo destierro.
Ante esto, denunció ante toda la Iglesia la injusticia y se retiró al desierto. Pero solo para despistar, pues enseguida se fue a Roma donde el papa Julio convocó un sínodo entre 340 y 341, donde proclamó la inocencia de Atanasio y confirmarlo como obispo legítimo de Alejandría. En respuesta los arrianos convocaron otro, presentando tres alternativas del Credo niceno, y aún una cuarta, sin duda previendo ser condenados en una Concilio General que la Iglesia de Occidente reclamaba, al ver peligrar la unidad. Entretanto, Atanasio en Roma continuó promoviendo la vida monástica, introduciendo la experiencia de la Tebaida. San Jerónimo (30 de septiembre y 9 de mayo, traslación de las reliquias) da testimonio de ello con admiración y afecto.
En 342, los emperadores Constante y Constancio, luego de la muerte de su hermano, convocaron un concilio en Sardica, Bulgaria, a medio camino entre Occidente y Oriente. Los obispos orientales asistieron, pero los que habían depuesto a Atanasio se negaron a participar en las sesiones. Todo parecía perdido, incluso se barajó la ida de Atanasio a España, lejos de Oriente, con tal que se reconociera su inocencia. Pero nada, se negaron a ello y públicamente reiteraron sus condenas y falsedades, para luego abandonar el concilio. Este apoyó a Atanasio, confirmándole como legítimo patriarca de Alejandría, y así lo escribieron a las iglesias orientales. Pero el emperador Constancio, que había apostado por el arrianismo y controlaba a los obispos herejes, desautorizó al concilio, por lo que el destierro de Atanasio aún continuó durante años, en los que misionó por la Galia, Asia Menor, y zonas de la península itálica. En todos los sitios dejaba la impresión de santidad y todos lamentaban su injusta situación.
En 344 Constante y Constancio acercaron sus posiciones en el tema y luego del obispo usurpador, Gregorio, Constancio prometió no perseguir más a los fieles católicos e invitó a Atanasio a retomar su sede. Este no se fiaba y se entrevistó con Constante, el que le aseguró que podía fiarse de su hermano. Antes quiso entrevistarse con Constancio, el cual le recibió con agrado y le dio cartas de apoyo para que presentase ante el prefecto de Alejandría. Atanasio llegó en 346, con gran júbilo de la iglesia fiel. Según San Gregorio Nacianceno, ni los emperadores habían sido recibido con tal muestras de cariño y fastos. Y eso que hizo su entrada en la ciudad sobre un borrico. Ya entronizado, Atanasio comenzó a reorganizar su iglesia. Impulsó y encauzó el monaquismo, adecentó el culto y reformó la vida de su clero. En esta época de paz escribe varias de sus obras teológicas, ordena obispo a San Frumencio (27 de octubre) y le envía a evangelizar Etiopía. Es el tiempo en el que muere su amigo San Pacomio en 347, y en 350 es asesinado su defensor, el emperador Constante, quedando Constancio como único emperador. También muere el papa Julio, sucediéndole San Liberio (25 de septiembre), que sería poco enérgico con los arrianos ante el emperador.
Tercer destierro.
Todas estas novedades trajeron para Atanasio nuevas persecusiones por parte de sus enemigos, a pesar de que el papa Liberio le apoyaba expresamente. El emperador Constancio que veía un enemigo en Atanasio, un opositor a su intención del total control de Egipto convocó un concilio en Aquileya, en 354. Constancio propuso a los conciliares un decreto de condena contra Atanasio, que acataron todos los obispos y legados de papa. Todos menos San Paulino de Tréveris (31 de agosto), amigo personal de Atanasio, quien fue desterrado de su sede. El papa Liberio convocó un nuevo concilio en Milán, en 355, donde Constancio igualmente obligó a los obispos a condenar a Atanasio. Nuevamente todos obedecieron, menos San Osio de Córdoba (27 de agosto), San Eusebio de Vercelli (2 de agosto), San Lucifer de Cagliari (20 de mayo) y San Dionisio de Milán (25 de mayo), y los tres fueron igualmente desterrados. El papa Liberio se negó a aquella injusticia, por lo que también fue perseguido y castigado con el destierro. Y al año siguiente lo padecieron también San Hilario de Poitiers (31 de enero) y San Rodanio de Tolosa (10 de abril), todos amigos de Atanasio y su causa. Todas estas «derrotas» de sus amigos y la muerte de su defensor, San Antonio Abad, precipitaron el tercer destierro del santo.
Asegurado Constancio de la sumisión de los obispos occidentales, tomó Alejandría en febrero de 357. Con 5000 hombres atacó a Atanasio, que fue defendido por sus fieles. Atanasio fue a la catedral, abarrotada de fieles, se sentó en su cátedra con todos sus ornamentos episcopales y mandó se cantara la liturgia del día. Los soldados irrumpieron en la iglesia y los fieles y clérigos corrían por donde podían, pero el santo obispo no se movió de su cátedra hasta que los soldados dejaron salir ilesos a todos los fieles y sacerdotes. Una vez salvado el pueblo, unos monjes rodearon a Atanasio y moviéndose en piña, lo sacaron a escondidas del templo. Aunque Constancio mandó buscarle por todos lados, los monjes crearon una red de encubrimiento y lo trasladaban de monasterio en monasterio, siempre oculto. Seis años duró su ocultamiento, pero los aprovechó para escribir cartas, exhortaciones, obras de apología de su persona y de la fe, y de teología. Escribió su «Historia de los arrianos», para dar a conocer el origen y errores de dicha herejía, previniendo a los monjes y las iglesias de este mal. Mientras, Alejandría era pasto de las hordas arrianas, cuyo obispo Jorge terminó escapando perseguido por su nefasto gobierno. El papa Liberio, cansado y débil, había cedido ante el emperador, que le permitió el regreso a Roma en 358. Los sínodos de Rimini, Seleucia y Constantinopla no solucionaron el cisma, sino que lo agravaron, pues los arrianos se veían sin casi oposición.
En 360 murió Constancio y Juliano subió al trono. Opuesto a las políticas del anterior emperador, decretó que todos los obispos católicos perseguidos y depuestos volvieran a sus sedes. Atanasio entró triunfalmente en Alejandría en 361. Pronto puso manos a la obra: confirmó la fe católica según el Credo de Nicea, convocó una reunión de obispos que habían padecido destierro, y por tanto fieles a la Verdad para tratar el cisma de Antioquía: católicos divididos entre “eustacianos” y “melecianos” (no confundir con los anteriores), y por otro lado los herejes arrianos. Para no apartarnos del tema, recomiendo leer este artículo. También se trató de una nueva controversia en la Iglesia sobre la divinidad del Espíritu Santo.
Cuarto destierro. El cisma de Antioquía.
Si al principio Juliano se había mostrado favorable a la Iglesia y resuelto el problema de los desterrados, pronto la cosa fue a peor. El emperador decidió volver a la implantación de las religiones paganas. No solo de tolerancia hacia ellas, sino como religión oficial del imperio, con las consabidas consecuencias de persecución a los cristianos. A Atanasio, un referente de la lucha por la fe católica, dirige sus más severos ataques. Escribe a su prefecto en Alejandría que expulse al santo obispo. Y Atanasio vuelve al destierro, en octubre de 362, hallando refugio y protección entre sus amigos los monjes. Tres años duró la persecución de Juliano, apellidado con razón «el Apóstata». En 363 moría y se proclamó emperador a Joviano, católico sin concesiones, y preocupado por la ortodoxia de la fe y la unidad de la Iglesia. Este mandó a Atanasio que volviera tranquilamente a su iglesia alejandrina. Atanasio volvió y su primera medida fue tender la mano a San Melecio (12 de febrero), para poner fin al cisma meleciano. Pero san Melecio fue displicente y no respondió a su mano tendida, por lo que Atanasio lo llamó rebelde, sospechoso de herejía y desobediente. Los católicos antioquenos, curiosamente, recibieron esta enemistad como algo bueno, pues la superioridad de la sede de Alejandría su sede de Antioquía, siendo las dos sedes apostólicas.
Quinto destierro. Ida al Padre.
En 364, murió Joviano, y nuevamente el imperio se dividia en dos: Valentiniano en Occidente y Valente en Oriente. Si bien Valentiniano era tolerante y poco dado a inmiscuirse en asuntos religiosos, Valente era un fervoroso ¡arriano!, por lo cual en 365 revocaba los decretos de Juliano y Joviano y ordenaba el destierro de todos los obispos de fe católica.
Nuevamente partió Atanasio al desierto, junto a sus queridos monjes. Pero esta vez su regreso su pronto, por orden del mismo Valente, que temeroso del poder y prestigio moral de Atanasio, quiso tenerle a recaudo para evitar revueltas contra su propio poder. Así que Atanasio pudo volver a su sede y dedicarse a la pacificación y, en definitiva, a la extensión del Evangelio. En esta etapa escribió numerosos sermones, comentarios bíblicos. Y su correspondencia se hizo más frecuente. Continuó defendiendo la fe ortodoxa, alentando a prelados y fieles, resolviendo y aconsejando en asuntos de las iglesias. Aplaudió la consagración de San Basilio Magno (2 de enero y 14 de junio), su «sucesor» en la defensa de la recta fe católica.
En plena vitalidad, la muerte le llegó a nuestro santo y adalid de Cristo, en la noche del 2 al 3 de mayo de 375. Toda la iglesia alejandrina lloró su muerte, y más allá, en las fronteras del imperio la noticia fue un mazazo, por perder a tan valioso obispo. San Gregorio Nacianceno celebró sus funerales, y le dedicó hermosos elogios, llamándole «pilar de la Iglesia«, «padre de la ortodoxia«, «confesor de la fe«. El Concilio de Constantinopla en 553, se valió de sus obras para definir la fe católica, condenando toda herejía, y le llama «Doctor de la Iglesia«, siendo el primero en recibir informalmente este título.
Fuente:
– «Nuevo Año Cristiano». Tomo 8. Editorial Edibesa, 2001.
Y no habría que terminar sin citar algunos textos suyos, para saborear nuestra doctrina católica:
«Por el Espíritu Santo participamos de Dios (…) Por la participación del Espíritu venimos a ser partícipes de la naturaleza divina (…) Por eso, aquellos en quienes habita el Espíritu están divinizados» Epístola a Serapión.
«Siempre resultará provechoso esforzarse en profundizar el contenido de la antigua tradición, de la doctrina y la fe de la Iglesia católica, tal como el Señor nos la entregó, tal como la predicaron los apóstoles y la conservaron los santos Padres. En ella, efectivamente, está fundamentada la Iglesia, de manera que todo aquel que se aparta de esta fe deja de ser cristiano y ya no merece el nombre de tal«. Epístola a Serapión.
«Convenía que el Señor, al revestirse de carne humana, se revistiese con ella tan totalmente que tomase todas las afecciones que le eran propias, de suerte que así como decimos que tenía su propio cuerpo, así también se pudiera decir que eran suyas propias las afecciones de su cuerpo, aunque no las alcanzase su divinidad. Si el cuerpo hubiese sido de otro, sus afecciones serien también de aquel otro. Pero si la carne era del Verbo, pues ‘el Verbo se hizo carne’ (Jn 1, 14), necesariamente hay que atribuirle también las afecciones de la carne, pues suya es la carne. Y al mismo a quien se le atribuyen los padecimientos-como el ser condenado, azotado, tener sed, ser crucificado y morir-, a él se atribuye también la restauración y la gracia. Por esto se afirma de una manera lógica y coherente que tales sufrimientos son del Señor y no de otro, para que también la gracia sea de él, y no nos convirtamos en adoradores de otro, sino del verdadero Dios. No invocamos a creatura alguna, ni a hombre común alguno, sino al hijo verdadero y natural de Dios hecho hombre, el cual no por ello es menos Señor, Dios y Salvador«. Contra los Arrianos.
«[El Verbo] se hizo hombre para que nosotros nos volviéramos Dios; se hizo visible corporalmente para que tuviéramos una idea del Padre invisible y soportó la violencia de los hombres para que heredásemos la incorruptibilidad«. Sobre la Encarnación del Verbo.