Habiendo abolido las desigualdades eclesiásticas y aristocráticas, el proceso revolucionario pretendía, en su tercera fase, derribar lo que quedaba en el campo social y económico. Y sus consecuencias todavía se sienten en todo el orbe.
Redacción (19/01/2024, Gaudium Press) Los albores del siglo XIX encuentran a la humanidad aturdida por el hálito mórbido de la Revolución francesa, que la hizo sumirse en el binomio miedo-simpatía: miedo por el terror impuesto por la virulencia de los revolucionarios contra cualquier obstáculo que se interpusiera en su camino y simpatía por el aliento de libertad, proclamada como principio absoluto «para justificar el libre curso de las peores pasiones y de los errores más funestos».1
Su brisa mefítica sigue soplando.
Ahora, no obstante, bajo las apariencias del buen aire del progreso traído por la Revolución Industrial, precursora…
Autor: Saúl Castiblanco

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