Autor: ReL
La relación de Kevin con Dios cuando era pequeño no era precisamente esperanzadora. «No creía mucho, ponía a Dios a prueba«, reconoce ahora: «Rezaba pidiendo: ‘Dios, si existes, que aparezca una caja de juguetes en mi cuarto’. Y me dormía. Al día siguiente, como no había caja de juguetes, yo era ateo«.
Esa lógica infantil se asentó y, en la adolescencia, Kevin ya no era «un ateo amable, sino un ateo furibundo«: «Para mí, creer en Dios hoy, con toda la tecnología, con toda la ciencia, era imposible».
En los límites del nihilismo
Ese ateísmo tenía consecuencias para él: «Como mi vida no tenía sentido, como yo no tenía motivación ni objetivo, no iba a clase, no tenía realmente amigos, me llevaba muy mal con mi familia, no sabía qué hacer con mi vida. Estaba perdido, y quizá un poco depresivo».
Cuando llegó a la universidad, llevó al límite su «nihilismo existencial«: «Y cuando uno…

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