Hay días en los que uno se siente como si hubiera tropezado con la vida. No hay sangre, pero duele; no hay fractura visible, pero algo dentro se ha torcido. Son heridas invisibles del alma: la culpa que pesa, la rutina que cansa, el miedo que encoge. En esos momentos, no basta un analgésico emocional ni un consejo bienintencionado. Hace falta algo más hondo: una transfusión de gracia.
Autor: Matilde Latorre de Silva
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