La reciente dimisión de Mons. Dominique Rey como obispo de Fréjus-Toulon, tras una «invitación» del Papa Francisco, vuelve a encender las alarmas sobre cómo se trata a los obispos en la Iglesia de hoy.
¿Sucesores de los Apóstoles? ¿Pastores de almas? Más bien parecen funcionarios temporales, sujetos a la «visión del momento» del pontífice de turno. Esto, por supuesto, si esa visión incluye suficiente progresismo, ecología integral o, quién sabe, una pizca de simpatía marxista.
Ser obispo no es lo mismo que ser embajador del Vaticano ni ministro de algún extraño «gabinete espiritual» romano. Es una vocación divina, un encargo recibido del Espíritu Santo y arraigado en la sucesión apostólica. Pero últimamente parece que Roma, más que ser la roca de Pedro, se ha convertido en un tablero de ajedrez donde los obispos son movidos, eliminados o «promovidos»…
Autor: Aurora Buendía
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