Recibió los sacramentos de iniciación a la fe, asistió a cultos evangélicos e incluso de los testigos de Jehová. Con todo, Rachel Garrido nunca se consideró plenamente cristiana o católica. Pese a que apreciaba su feminidad, decidió «destruirla» -o «deconsturirla»- y entregarse a la causa del feminismo revolucionario. Y aunque nunca se consideró ser homosexual, recorrió la práctica lésbica y bisexual como acérrima militante LGBT. El sueño revolucionario resultó resultó en una pesadilla, que llegó a su clímax cuando, al borde del abismo, sus compañeras no estaban para recogerla, como también le ocurrió a la exlíder feminista Sara Winter -actualmente Sara Huff-.
Hoy, pasados varios años, a la joven mexicana le cuesta ocultar su alegría y felicidad al hablar de su fe y recordar el momento en que la Iglesia se reveló como la única dispuesta a recogerla.
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Autor: José María Carrera
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