Cuentan que un día, durante la ceremonia del té, al sirviente del gran señor feudal japonés Hideyoshi se le cayó al suelo un valiosísimo bol de cerámica. Los trozos saltaron en todas direcciones. No era una pieza cualquiera, sino una de las favoritas del daimyō, que alzó con furia la mano para castigar al criado.
Uno de sus invitados, el samurái poeta Yusai Hosokawa decidió intervenir. Con una canción improvisada calmó los ánimos de su señor, asumiendo la responsabilidad por la falta del mayordomo.
Hosokawa recogió los pedazos de cerámica y los unió de nuevo, aplicando laca en las fisuras y cubriendo las “heridas” con oro. La belleza del resultado conmovió a Hideyoshi, que perdonó a su sirviente, y la historia -convertida en fábula- se extendió por todo Japón. Con el tiempo, esta técnica se popularizó entre los artesanos nipones, recibiendo el nombre de…
Autor: ReL
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