A pesar del acuerdo alcanzado en septiembre de 2018 entre el Vaticano y China sobre el nombramiento de obispos, que se renovó en 2020 y está programado para otra renovación a finales de este año, esta resolución poco ha atenuado el creciente acoso a los cristianos bajo el presidente de la República Popular China Xi Jinping.
Así lo ha puesto de manifiesto el periodista español Pablo M. Díez, quien desde hace dos décadas cubre las noticias de China para el diario ABC. Según este analista, el presidente Xi Jinping es el líder más autoritario desde Mao Zedong, revolucionario comunista que fundó la República Popular China el 1 de octubre de 1949. Dos años después, el estado comunista expulsó al nuncio papal en el país, quien se fue a Taiwán, sede del gobierno nacionalista no comunista. Desde esa victoria, la persecución de los cristianos ha sido una realidad constante.
Prueba de ello son casos como el de los “obispos mártires encarcelados y torturados José Fan Zhonglian y Cosme Shi Enxiang, quienes pasaron 14 años bajo arresto domiciliario hasta su muerte”, y el de Jaime Su, “desaparecido desde 2003 y del cual no se sabe si está vivo o muerto.” Si aún estuviera vivo, “estaría por cumplir 90 años y habría pasado la mayor parte de su vida privado de su libertad”.
Opresión y exclusión
Díez ha recalcado la persecución anticristiana organizada por Solidaridad Trinitaria Internacional, que trabaja en favor de quienes, por su fe en Cristo, son reducidos a la esclavitud, la opresión, la exclusión o la persecución.
El periodista declaró al diario Crux que el Vaticano ha estado tratando de reconstruir las relaciones diplomáticas con China, sabiendo que si se logra, tendría que romper sus lazos diplomáticos con Taiwán.
«En las últimas décadas, la República Popular China ha estado trabajando en la reconstrucción de las relaciones diplomáticas con varios países para ganar credibilidad y también para aislar aún más a Taiwán, que China considera una provincia renegada», afirmó Pablo M. Díez.
Con China cada vez más poderosa, tanto militar como económicamente, el Vaticano es uno de los 14 Estados que continúan reconociendo a Taiwán como un país soberano.
“Pero todo eso puede cambiar si, finalmente, la Santa Sede establece lazos diplomáticos con el régimen de Beijing.
Poder moral de la Iglesia católica
Diez argumentó que China quiere renovar el acuerdo con el Vaticano porque este podría aumentar la credibilidad que tiene el país en el mundo occidental: no solo es capaz de estrechar lazos con naciones que quieren hacer negocios, sino también con el poder moral de la Iglesia católica.
El periodista afirma que estas relaciones entre China y el Vaticano no están exentas de «controversia» pues muchos en la Santa Sede rechazan el reconocimiento diplomático de China, argumentando que daría legitimidad a una dictadura que viola rutinariamente los derechos humanos.
Cisma en el catolicismo chino
“Aunque sus detalles no han sido revelados”, explicó el periodista, tal como está el “acuerdo con China” consiste básicamente en un concordato para el nombramiento consensuado de obispos. Este fue el principal escollo entre el Vaticano y el régimen chino debido a la división entre la iglesia oficial y la clandestina, que provocó un cisma de facto en el catolicismo chino.
Los obispos que fueron excomulgados después de haber sido consagrados por la Asociación Católica Patriótica sin el permiso del Papa fueron readmitidos en la iglesia, y de manera similar, China reconoció a cerca de 30 obispos de la iglesia “clandestina” designados por Roma pero no reconocidos por las autoridades chinas. A estos se sumaron otros 30 obispados que quedaron vacantes y deberían ser desbloqueados gracias al acuerdo.
Desde el concordato ha habido media docena de nombramientos episcopales de común acuerdo.
Eliminación de 1.800 cruces
Según el periodista de ABC, también se ha referido a la “campaña masiva contra las iglesias en la provincia costera industrializada de Zhejiang”, con la eliminación de unas 1.800 cruces y la demolición de decenas de lugares de culto.
Cuando no son demolidos, los lugares de culto son puestos bajo vigilancia por parte del gobierno, “con numerosas cámaras rodeando las iglesias”, a veces descaradamente, como en el caso de una iglesia que Diez conoce en Shanghái, con hasta una docena de cámaras apuntando directamente en su puerta.
“El objetivo parece claro: no solo grabar a cualquiera que se atreva a entrar, sino también disuadir a cualquiera que quiera hacerlo”, dijo Diez.