Autor: Juan Cadarso
Siempre he creído que mi nombre de pila era como aquel susurro que utilizaban los romanos para recordar a sus emperadores que, incluso ellos, algún día, también tendrían que morir. Mi padre -al que le gustaba mucho, no sé muy bien por qué- eligió llamarme Juan, y mi madre -como le parecía demasiado corto y carente de cualquier atisbo de religiosidad- le añadió un «de la Cruz«. «Por mí que no quede», me imagino que se diría mientras me cambiaba mi primer pañal.
Tener en tu nombre una coletilla así, de un padecimiento tan brutal, es algo que, reconozco, siempre ha marcado mi propio periplo existencial. Inconscientemente, cada vez que alguien me nombra, una voz muda me recuerda ese callejón tan estrecho por el que un día todos tendremos que transitar. Porque, para un ser tan práctico como yo, para el que todo en esta vida debe tener solución, o al menos explicación, la muerte es una…