Autor: Eduardo Gómez
“Una nación no es lo que ella piensa de sí misma en el tiempo, sino lo que Dios piensa de ella en la eternidad”. Esta sublime afirmación del teólogo ruso Vladimir Solovief bien pudiera ser espejo de la Hispanidad, bien pudo haber salido de los labios de Cervantes, Quevedo o Lope de Vega. No vayan a pensar que Solovief fue pionero en descubrir la relación de la patria con la religión. Cicerón ya había adelantado mucho antes que ninguna nación irrumpe y sobrevive sin la intervención de los dioses.
La Iglesia ha sentado cátedra de patria para la eternidad a todos los pretendidos doctos de la nación. Ha enseñado que la patria grande junta a todas las pequeñas para atravesar océanos y unir a los distintos, maridar a los pueblos y reconciliar a las almas, en una misma dirección. Aun con todas las turbulencias históricas, en España se mantuvo viva la Hispanidad hasta que los chalanes…

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